Speedy González

El chico de la computadora, flaco como un escarbadientes. Mi prima interrumpe y dice que va al kiosco. Yo los escucho desde la pieza. La escucho a ella, a mamá. El chico apenas habla, no hace más de un mes que viene a casa para arreglar la computadora. La situación es esta: tenemos que viajar desde Flores a Paternal y encontrar a la amante de papá con su novio merquero. La espía -en clave: Susan Grace 224- llamó para avisar: la tipa está, la Chevy del novio también. Todo despejado. Velocidad.
     
Agarro mi bolso violeta, tiene una flor fucsia de terciopelo, me lo compró mamá el viernes. Mi prima guarda los cigarrillos en la mochila. El chico de la computadora se está poniendo la campera. Mamá es rápida para vestirse.
     
Rápida. Como ahora. Speedy González sería lento para subir y bajar del taxi agarrando a su hija pequeña, a su sobrina adolescente, la cartera marrón, una estampita, y bajen pronto, toco el timbre, listos todos. Speedy González no podría gritar así, con entonación de bruja Disney y Flavia Palmiero, con movimientos de danza celta y epilepsia, y hasta le salen globitos de baba cada vez que dice “puta”, y hasta la veo con humo violáceo saliéndole de los ojos. Y la mujer no dice nada. El novio se interpone para que mamá no le pegue. Mi prima también grita. El chico que arregla la computadora parado a unos metros, en silencio. Y yo, y mi bolso violeta, tiene una flor fucsia de terciopelo. Me lo compró mamá el viernes.






Fotografía: Man Ray