Ni siquiera él

No sabía al cortarse el dedo. La sangre brotaba con prisa y la intensidad de quien se asoma, valientemente, al agua. El médico tampoco al tratar de coser. Es una yema. Simplemente. Pero es una yema que no deja de sangrar. Y con sorpresa, por efecto, vaya a saber qué línea de destino, la sangre otorga a quien apenas la roza: envejecimiento. Instantáneo. La carne descubre su ardor acabado, huesos que deliran por cansancio. Como un Midas peculiar, Nicolás cargaba la maldición del cuidado extremo, alejamientos insólitos, miedos y horrores que ninguna oscuridad puede concebir.