Caperucita underground

Primero fueron tras las crías y las hembras. Después siguieron hasta hallar los antiguos territorios. Nadie quedó vivo, salvo los jefes que habíamos estado afuera, vigilando las regiones secretas. Cientos de lobos cayeron bajo sus armas de fuego, cientos por sus trampas de acero. Nuestros pellejos visten sus mujeres. Nuestras cabezas decoran sus casas. Nuestros dientes son recompensa. Ya no quedan vástagos de nuestra especie. En un año las poderosas manadas se volvieron un pálido recuerdo. Los pocos que sobrevivimos fuimos obligados al destierro, volviéndonos parásitos en tierras extrañas, áridas y habitadas sólo por cuervos. Pero de a poco, lentamente, comenzamos a agruparnos en páramos silenciosos, planeando. 

La niña no es tan pequeña. Es una humana de curvas profundas. La cubre una extraña capa roja, que marca su cola y sus pechos. Lleva una canasta. No debería recorrer el bosque sola. No debería hacerlo, considerando que su padre es uno de los mayores genocidas de mi pueblo.

Creí que sería más difícil acercarme. Pero ahí está, inocente, vulnerable, oliendo flores.  Ajena a las alimañas del bosque, a los murmullos oscuros que crecen cuando la tarde asoma. Quiero estar más cerca.

Su boca es grande, sus ojos oscuros. Le dije que tomaría el camino más largo y ella el más corto. Es increíble que confíe en mí. Que sea tan ingenua de contarme todo. Su abuela vive a unas millas de aquí. Y la está esperando.

La anciana clavó sus dientes en mi lomo. Una fuerza descomunal para un cuerpo tan marchito y tan pequeño. Resistió valientemente. No voy a comerla. Respeto su fuerza y valía. Me vestiré con sus ropas y esperaré a la joven en la cama. 

Entró risueña. Dejó su capa en la silla, su canasta. Me saludó dulcemente. Mi voz es gruesa, hiriente, pero no se da cuenta, ni siquiera sospecha que un cuerpo tan delgado pudiese dibujar un bulto tan grueso. Me acaricia sobre las mantas. Muestro apenas mi hocico. Dice que tengo ojos muy grandes. Le digo que es para verla mejor. Dice que tengo orejas muy grandes. Digo que es para oírla mejor. La muy tonta dice que tengo dientes muy grandes y le respondo asombrado: son para comerte mejor.

Libero a la anciana. Huyo antes de que su furia me lastime. Los cuerpos del leñador y la joven quedaron a un lado de la cama. Quiero que la anciana sepa, que comunique a los hombres, la memoria y la venganza han comenzado.  Nuestros muertos serán presente y futuro. Y que los humanos aprendan a distinguir a un lobo de una bestia.