No soy Medusa

No soy medusa sino más vengativa. Él supo ocultar romances, como se oculta Tifón cuando está dormido. Yo supe ocultar apego, propiedad. Otra de mis vulgaridades para arrojar a un hombre hacia doncellas, madres, ancianas. Serpiente, perras y yegua. Siendo, yo misma, tan sólo arte y pobreza. Dicen que siempre el pecado es compartido. Diré por siempre que el error fue de ambos. Lo asumo como Prometeo asumió su destino amargo.


Él fue la inspiración, de dibujos y pinturas y senderos. Es la primera vez que la arcilla toca mis labios y mi odio para inmortalizarlo. Está sentado sobre una silla negra y blanca, una broma sobre mi inconsciente y mi consciencia. A esta última le llamo Dios. Ahora, le llamo Medusa. Porque mi escultura lleva pies mientras su cuerpo humano lleva arcilla dura, incapacitando su movimiento. Es el reflejo de mi obra. No deja de maldecirme. Sus apoyos parecerían orientarse a lo profundo de mi bronca. Y mi bronca es rígida, tan sólida como sus pies que ya no son de hueso, carne, piel. 


Desde un envión risueño configuro las piernas de mi escultura. A la par, sus piernas vuelven a tornarse arcilla. Grita con la dignidad de un revolucionario. Un rebelde atrapado en una red de perlas artificiales y añejas, que se miran entre sí. Que lo someten como la piedra gigantesca que sube y baja por la colina o la montaña. Depende. Depende de su visión atormentada. Depende de sus gritos que ganan extremos y encrucijadas. Más. Pelvis. Más. Panza. Pecho. Por detrás, por supuesto, avanza mi escultura y, quizá, su dolor. Feroz como un Mago que oculta elementos de su trabajo. Su arte de convencer. Como político novato o seducido hace años. 


Pigmalión evitaría mis obras, al igual que Afrodita. No doy vida sino alteración. En un hombre que alteró mis sentidos y mi confianza. Pero fuimos dos. Y ahora seremos tres. Mis manos no se atormentan, continúan con la fuerza de un viento sin piedad. Letal para el hombre que me observa. Mientras su pecho avanza en dureza; su grito aumenta en amargura. Pues se dio cuenta, pues su única salvación se acurruca en mis manos. Y mis manos son veloces y agudas como el fuego.


El cuello de mi escultura es perfecto. Del mismo modo que el del hombre que amé hasta la tortura. No puede gritar, arroja un sonido extrañamente gutural. Que no soporto. Que me atraviesa como una flecha picante, de cemento y bronca. Apresuro mi obra. Mi creación ya ha tomado boca. Su boca ha tomado rigidez y un tímido gris. Despertándose en mi ansiedad por contemplar las dos esculturas. 


No puedo quemar mis naves al llegar a su nariz. Ya no. Está prohibido de aliento, de hálito de vida. Su corazón, su sangre ha de ir y venir alborotada y triste. No sé si será un minuto o unos pocos segundos. Sólo una amazona me perdonaría. Su mirada no sabe de hipocresía, expulsa modos que rematan agonía. Aún así, no están listas. Mis dos creaciones. Creación y espejo.

 

Sé. La muerte lo agasaja. Sé que restan su frente y su coronilla. No hubo cantos ni plegarias que lo acompañen en la travesía de ir dónde nadie sabe y muchos especulan y muchos aseveran. Frente. Coronilla. Mi escultura es bella. Él es arcilla. Completamente. Y yo, no soy Medusa sino más vengativa.    




Siempre encontré

Siempre encontré un pene y sus testículos en un azulejo del baño. Como esas nubes, cuyas formas convocan la claridad del espectador. El ingenio. La mente abstracta. Una vez creí ver el perfil de Dios. Es mi mayor y mejor recuerdo. Estaba sobrio como una escoba que no sabe volar ni maldecir. Una mujer me enseñó que la maldición y la bendición siempre son por tres. No quise entender lo obvio. Ni creer en su baraja de Tarot.

Lo veo distinto. No es que ha crecido o disminuido. No es que ha cambiado. Soy yo, el nuevo. Soy yo, el proceso. Contemplo en el azulejo de siempre, en vez de un pene y sus testículos: la cabeza de un elefante. Una vez hallé lo mismo en la cera de una vela derretida. Rosa. El azulejo es gris con líneas de un gris más oscuro. Justamente, son las líneas las que otorgan imaginación o simple humedad, después de una ducha caliente. Las frías son para cuando tengo demasiadas elucubraciones, mi propia tortura, patria de un pasado incapaz de contener al otro sin contenerlo; agua helada, chalecos, cintas. Con violencia e indiferencia, ambos crímenes para quienes enloquecen, por temor a un mundo que les duele demasiado. Algunos.

Entonces es un elefante. Dicen que el Animal de Poder se presenta en sueños, meditación, por la calle. Jamás escuché que fuese posible en un azulejo de un baño. Lo único que sé de los elefantes es que tienen gran memoria, capaz de diferenciar numerosos sonidos; y que cuando la manada se enfrenta a huesos, los huelen para saber si eran de su clan y sí es así, realizan un ritual con la trompa y las patas.

¿Estaré por morir? Como un cadáver joven y bello, quisiera Hollywood. No. No estoy por morir.

La figura se está moviendo despacio, hacia arriba hacia abajo, hacia izquierda hacia derecha. Cuatro son los puntos cardinales, cuatro los evangelios, así hubieron determinado mientras los gnósticos cristianos primitivos escondían a Magdalena, Tomás, Felipe y tantos más en vasijas, en el desierto. Cuatro puntos cardinales, una cruz forjada para recordarme lo vertical y divino, lo horizontal y humano. 

Está creciendo en tamaño y completando su cuerpo. Las orejas son en extremo grandes, como las mías. Definitivamente, Hollywood no me querría. Aparecen sus colmillos. Si se convierte en real, sería el mamífero más inmenso. El pequeño baño explotaría como una plegaria en boca desesperada. O tomaría buena parte de las paredes del departamento.

Lo veo del tamaño de mi brazo, mientras recorre los azulejos. No se anima al espejo, tal vez, por reservado en sus modos y presentación. Camina hacia la ducha. Y lo veo ocultarse detrás de la cortina blanca. ¿Abrirla?, ¿irme?, ¿abrir un vino?, ¿llamar a un psiquiatra? Abrirla.


No está. En su lugar una estrella de cinco puntas, con dos puntas hacia arriba. Tal vez salga de ahí como un elemento más de un circo. No sé si continúan o no aplaudiendo la miseria de los animales. Una estrategia más de un zoológico con la crueldad de cien titanes. Sale de la estrella. Lo veo delgado, parece mareado. Sus colmillos desaparecieron, como él también lo hace.