Con los ojos bien abiertos

Un edificio y una perla. Una escultura. Si el amor tuviese un gesto sería el de él. Todos los días, después del trabajo voy a verlo. Me quedo unos minutos observando, implorando que en algún momento su voz emerja como el sonido de los pájaros, el ruido de los autos, el murmullo de los peatones. Desde hace meses examino cada detalle. Labios que quizá buscarían mi piel. Pómulos donde aferrarme. Mentón y frente agudos. Párpados de sueño. Quizá se trate de Apolo, quizá se trate de Ares, quizá se trata de que estoy loca, enamorada abismalmente de un ser salido del cemento. Espero una palabra, un guiño, una mueca. Quiero que despierte. Espero ver su cuerpo completo y victorioso. Inyectarme en su piel y amanecer del mismo material. Renunciar a esta humanidad para ser en él. Juntos. Como un círculo. Dos amantes en profundo encuentro. Inevitable. Quizá se trata de que estoy loca. Pero mi locura tiene latido, misterio. Nadie podrá entenderla más que él. Nadie puede negarme mi amor, ni siquiera él. Y así es, en un día tan normal y tan cualquiera, tan increíble y tan de repente: él me mira con los ojos bien abiertos.