It´s alive

It´s alive. Estoy delirando, pero si digo esto es porque no estoy delirado. Estoy en vigilia. Estoy en una novedad que se está atragantando en mi garganta. Lo amargo. Lo veloz. Si la serpiente habló, por qué no habría de hablarme ella. Hondos ojos negros, que en pequeño tamaño, los percibo con magnetismo, como esas personas que al saludar cierran la visión y luego impactan con bestialidad. Una nariz refinada. Una boca con estilo a delgadez. Es completamente negra. Completamente fina. Completamente hueca. Es mi pajita de los viernes. Se sabe frágil. Pero con la ferocidad de un zoológico abriendo sus puertas. La cocaína no conjuga delirios mágicos, respetables para sangre y hueso atiborrados de alita de mosca, como se le dice. Con voz guerrillera me alerta sobre la oscuridad del cajón de la cocina y que el plato y la tarjeta no hablan. Le pregunto cómo se siente ser pajita y partidaria. Responde que le gustan mis dedos. Mi entonación. Mis fosas nasales. Siente ternura por el ritmo de mis manos. Es un canal que comunica el placer que ella misma ha de sentir. Pienso que ha de oírme teclear, que puedo leerle lo que escribo. Preparada para la demanda que mi cuerpo impone. Para sentir o fugarme. Para sentir o ahuyentar el dolor. Eso le pregunto. Mi pajita no se atreve a responder.  




Grande como una valija de viaje

-A Leonor-

Grande como una valija de viaje. La cartera bambolea entre bares y casas de amigos, locales y plazas. Con su bolso de remedios. Las cigarreras de distintos tabacos. El portacosmético. Ropa interior. Abrigo de más. Numerosos libros, al menos así me ha contado.

La conocí en una librería. Mientras buscaba El Evangelio apócrifo de Felipe. Le gustó mi nombre. Francisco repitió varias veces. Catalina, repetí sólo una vez. La invité a tomar un café y aceptó. Pero solamente en aquel donde paraba. 

Un bar, cuyas paredes anunciaban a quienes fueron los mejores jugadores de pool. Sillas de plástico negro, cómodas como un sillón. Delante pocas mesas, detrás el amplio espacio, las risas, las mesas del deporte elegido por mujeres y hombres de distintas edades. Cervezas inagotables, cada tanto un vino blanco. Techo alto. Columnas parecidas a las Iglesias góticas. Se dejaban ver ladrillos, vigas de madera. Numerosos camareros haciendo frente a una multitud que resplandecía en diversión. 

Nos sentamos adelante. En una mesa para uno. Se pintó los labios de violeta e imaginé esa boca cerca de la mía, al menos cerca. Lo necesario para decirle, cuánto espere, qué poco me gustan estos bares, pero acá estoy. Por vos, mujer de cartera gigantesca. Azul como tu mirada. Tan magnética que el espacio parece flotar en mi voluntad y recursos.  

¿Algo más llevás ahí?, dije para disolver el silencio. Lo que vos quieras. Pensé en preservativos de muchos colores. Quien mira ve diferente, respondió. Mayor la intriga y la sorpresa. O se trata de una loca de ternura o se trata de una cuerda, intentando un misterio estéril. 

La cartera fue abierta. Dentro, absolutamente despoblado. Pero lentamente, empezaron a aparecer monedas doradas. No podés tocarlas, sólo observá, dijo Catalina. Y así lo hice. Las monedas se reproducían como las estrellas cuando no existen nubes. Cada vez más y más. Cerré los ojos. Catalina cerró su cartera. 

Quiero ver más, dije. Ella desabrochó su camisa violeta, peinó su pollera celeste y nuevamente, abrió su cartera. Son manos, multitud de manos, aplaudiendo. Aplaudiéndote, dice ella. Palmas chispeantes que provocan tanto ruido y sin embargo, solo yo escucho. 

¿Vas a seguir?, dijo. Voy a seguir. Ahora se trata de autos formidables. Perfumes con los que ruedo sobre paisajes que desconozco, donde las arenas son claras como la piel de Catalina. No oigo pero algo digo. Algo me digo a mí mismo. Tal vez la marca de la esencia que uso. 

Otra vez estoy dispuesto. El cierre se abre. Noticias filosas en los diarios, pero terminan para transformarse en pequeñas televisiones. Puedo verme en cada una de ellas. Sonrío, soy fascinante como nunca lo hubiese creído. Muevo las manos con elegancia. Mi voz tiene el encanto de un cuento para nenes. 

Cerrá, por favor, digo. Todavía no… si llegaste hasta acá es porque hay mucho, respondió con voz fuerte.

Abrió otra vez. Con mi miedo a un costado, vigilando. La cartera azul grande como una valija de viaje vuelve a tomar la vida que temo. Miro despacio. El terror es más fuerte que la curiosidad. Hombres pequeñitos, soldados, de un bando y otro, las balas confunden los despojos de una ciudad. Una trompeta suena. Los hombres dejan las armas en las veredas. De repente, parecería que no hay aliados ni enemigos. Se abrazan. Un colchón de flores fucsia lo cubre todo. 

Sin temor, dice, seguí mirando. Cierra y vuelve a abrir su cartera. La visión es tan real como yo mismo. Las casas son de barro, emplazadas en la profundidad del bosque. Los animales, grandes y pequeños, están sueltos. El consejo de anciano es de árboles. Las plantas crecen a su ritmo y belleza. Pan y palabra cubren la piel del planeta. 

Cierra rápidamente su cartera, como en un sueño que se olvida con la velocidad de un estornudo. ¿Querés ver más?, dice. Y respondo con la tenacidad de quien ha descubierto una pista. Quiero ver más, afirmo con ojos húmedos y rojos. Mirá, Francisco, Francisco, Francisco. Veo. Es la Tierra, la Luna, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, Plutón y el Sol, satélites, viajeros de roca, nebulosas, agujeros de gusano. Vía Láctea, otras galaxias que no sé nombrar, agujeros negros, blancos. Una música que difícilmente podré olvidar. Y finalmente, negro. Absolutamente, negro. Es el vacío, dice Catalina. 


OSHO Zen Tarot. 

Sobre el mar

No es como el de La Sirenita. No es un dibujo. Es carne y hueso. Hueso y carne. O vaya a saber qué. No sabe cantar. Simplemente. Terroríficamente. Habla. No hay nadie que pueda decirme si estoy alucinando. El espejo izquierdo de mi auto es habitado por un cangrejo pequeño. Dentro del reflejo. Atemorizante como la niebla que se come la ruta. Pinzas que me atormentarán por noches. Dice que tengo miedo a la soledad. Eso no lo sé, pero lo discuto. Dice que el miedo a salir tiene que ver con mi exnovia. Respondo que no, definitivamente. Dice que mi mejor amigo es el Clonazepam. Lo afirmo con orgullo. 

La estación de servicio apenas respira, un chico para la atención y otro en el mercado. Un solo auto, además del mío. Llamo al chico y lo hago observar el espejo. Da un salto y cae sobre una mancha de nafta. Sale corriendo como si hubiese visto un cangrejo en mi espejo. El otro no quiere saber. El dueño del auto, un hombre flaco y ojeroso, vestido de negro, se ofrece. No cae, tan sólo grita y se dirige hacia su auto dando pasos de atleta. Y eso que no lo escucharon hablar, pienso. Al menos no estoy delirando.  

El viaje es largo y no estoy dispuesto a matar a un cangrejo con esas tenazas. Ahora dice que estoy desintegrado. Que nunca me vacío para recibir intuición. Que los gnósticos cristianos sentirían pena por mí. Es un cangrejito culto, me doy cuenta. Ni siquiera sé quiénes son los gnósticos. Le respondo que se calle sino no quiere terminar en una cazuela. Ahora me da la espalda o lo que sea eso. Rígido. Rojo. Patitas que no llego a contar.

La música va a quebrar mi cuerpo. Pero la prefiero antes que al cangrejo. Sin embargo, su voz es más fuerte que la de Bono. Baila. Baila. Y no estoy en brote. Y no me di cuenta de tapar el espejo en la estación de servicio. No pueden mis oídos. Y otra vez me habla. Que mi pensamiento es movimiento y me muevo demasiado. Que no me doy cuenta del silencio. Sólo puedo reírme. Un bicho espantoso hace de terapeuta o lo que sea que esté intentando. 

Bajo rápidamente. Le miro los ojitos negros. Siento miedo. La tela se escabulle como quien pierde una pista. Respiro más rápido y más fuerte. Cuento. Hasta diez. Hasta veinte. Salto y envuelvo el espejo. Armo un nudo por detrás. Tan fuerte que me duelen las manos. Subo al auto. Otra vez U2. Miro el espejo. La bufanda roja apenas se mueve. 
Cada vez más niebla. Tal vez es verdad, no puedo estar solo. Es verdad, no dejo de pensar. Mi papá fue ausente y mi mamá violenta. La bufanda comienza a moverse, algo la está rasgando. Es una tenaza. Es la otra. El espejo despierta mientras el cangrejo toma cuerpo, saliendo de él. Apoyado en el borde de la estructura, lo oigo reír, ahora sí que estoy psicótico. Dice que momento a momento. Que soy una víctima compulsiva y mi propio victimario. Que siempre hablo de uno porque tengo miedo de decir yo. Respondo que ya termine, voy a llorar, no puedo más. 

Durante casi todo el viaje mantuvo silencio. A esta hora podría decir que lo extraño. Estoy brotado, extraño a un cangrejo que habla de mis agujeros. ¿De dónde sos?, digo. De Lo Absoluto, igual que vos. No tengo idea qué quiere decir con Lo Absoluto, pero asiento. Claro, digo, como todos. Dice que no mienta, que pregunte si no sé. Creo que voy a llorar. 

Agujero negro y agujero blanco, dice. Me cuesta entenderlo, pero lo sigo como una flecha adherida al cielo. Llegamos. Mi novia estará durmiendo. Aunque tiene que despertar. La espero tocando bocina. Se acerca con cara de quien soñó una pesadilla. Se sienta. Me da un beso con ganas de poco. Mira hacia delante. Mira hacia su derecha. Y grita. Grita tanto como nunca hubiese imaginado que un ser humano pudiese gritar. Un pequeño cangrejo azul en su espejo.