Reptando

Reptando. Me atrapan. De manos y de pies. Son cables. Los mismos que antes eran herramientas solitarias. En este momento tienen vida. Tienen fuerza. Como serpientes avanzan sin lentitud ni delicadeza. Sin la belleza de un reptil. Mi ropa está desgajándose. 

Respiro fuerte. Siento que el horror subirá hasta mi cuello. La vida huirá en desgarro, inmóvil, con sorpresa y ridiculez. Se parece a la película de Stephen King, La Rebelión de las Máquinas. Pero son tan sólo los cables. Los artefactos siguen en su forma habitual. Es su voracidad la que me quema. No pueden mis manos. Sangran mis manos. Grito cuando la desesperación es más fuerte que la esperanza. Nadie escuchará. Las ventanas observan desde un piso 18. La calle es ausencia, en una hora donde el sueño o el televisor lo son todo. 

Tres. A esta altura no puedo sentirlas como cables. Las recibo como víboras delgadas. Pero sin embargo, jamás he visto una en la selva jujeña ni en la talada Misiones. Sí en documentales. En películas de aventura, terror, crímenes. En pensamientos que me invaden como visiones y en pesadillas que me hacen abrir los ojos con curiosidad. No sé qué representan. Las serpientes son símbolo de transformación. El mágico Uroboros, la serpiente mordiéndose la cola, el ciclo eterno. Aún así, no son serpientes sino cables comportándose como fieras. 

Una sube hasta mi cuello. Mis manos otra vez escupen sangre. Mi respiración se traba, el horror crece. Soy ateo, pero pido a la belleza que quizá esconde un Creador por salvación. Por valentía. Por luchar en justa ley. No se destruye, como los monstruos de la canción de Silvio Rodríguez. Persisten para demostrarme que a pesar de todo no son animales sino cables. De ficha usb y terminación según la utilidad. 

Mis ojos se cierran por impulso. La tos casi perceptible conquista el departamento. Serán segundos para conocer el enigma que espera más allá del presente. Entonces el aire, vasto, limpio. La presión terminó. Al igual que el enrosque pegado a mi cuerpo. Los cables se retiran con rapidez. El timbre suena, es la canción que elegí y mis amigos se ríen de ella. Una suerte de sampler, una música breve pero suficiente para recordarme El Flautista de Hamelin, en una versión entre oriental y electrónica. 

Los veo correr y regresar al cajón de siempre. Aquel marrón antiguo digno de un estreno de James Wan. Pronto a desaparecer. Junto a cualquier cable. Cualquier pc, notebook, televisor, celular. Contemplo mi biblioteca, ansiosa por despertar a Historia y Literatura, Arte y Magia Blanca. 

Más tarde, el círculo que contiene a la marmita y a mí, el ritual que empezará cuando vea arder los cables y las serpientes de mis visiones.   


"La literatura es siempre una exploración a la verdad", Kafka.