El hongo

Me lo contagié hace tres años. En la ducha del hospital donde estuve internado. Por delirio místico. Probé cremas, pastillas, ungüentos y todo lo imaginable para quien tiene imaginación de esfinge y de loco. Para quien se abre al desagrado de una uña rígida, dura, imponente como un zigurat babilonio. Imposible de cortar. Imposible de no alertar, en ojotas, al mundo que el hongo crece con la misma intensidad que mi desesperación. Uña del dedo gordo. 

Pero hoy. Hoy. Está distinta. La uña ya no se abre y cierra en un hongo sino en un minúsculo espejo. En el cual no soy el más bonito. Sino el retrato de un pintor que sólo desparrama los ojos de sus modelos, dicen, cuando veía su alma, Modigliani, su nombre. La uña-hongo-espejo apenas me permite observarme. Es pequeña como una salamandra. Misteriosa como una hormiga, que trepa y trabaja, para preservar su reino. 

Sin embargo, está creciendo. Se moldea en la uña por completo. Ni aseveraciones ni curiosidad por saber cómo se hacen los espejos. Siento miedo del que me está habitando. Si crece, si llegara a dolerme, si es perpetuo.  Soy preso en la incapacidad de volver a delirarme, las drogas legales hacen su magia y su condena. 

Miro la uña con sutilidad, aquella que parece embarcar a hombres temerosos. Veo. Veo. ¿Qué ves? Una uña desagradable. Que refleja la cara de mi hermano. El preferido, el más chico. Mientras yo, el mayor, hacia desmadres con la cocaína y la poesía. El menor, cuya esposa, cuyos hijos, cuyo auto, cuya hipoteca siguen corriendo en la rueda del maldecido hámster.

Veo. Veo. La oficinista correcta, una extraña poeta, tan funcional al afuera como cuando las papas fritas se visten de mayonesa. Yo me despedí de ese trabajo enviando a la mierda a todos, incluso a los del sindicato. Ella, agradeció por el amor. Cuando las papas fritas se visten de mayonesa. Aprendí: no es lo mismo escribir buenos poemas que vivir siendo poesía. Otra medalla más a mi falta de cordura. Mis cebras saben volar. 

Veo. Veo. Banderas celestes. Ondeando con bestialidad. Contemplo bocas cocidas por el odio, a pesar de ciertos dibujos que llevan. Luego, marea verde. Llantos, aplausos -aunque no puedo escucharlos-, sonrisas, puños en alto. Verde que te quiero verde, diría García Lorca. Es Ley. 

¿Qué ves? Mi ex–jefa. La católica. Cuya ambrosía en el almuerzo era razonar y enunciar chismes por cada empleado de la Dirección. Una bruja con manto moralista. Al desnudarse, quizá una estrella de cinco puntas, dos hacia arriba, le quedarían mejor. 

Una cosa bien desagradable. La mujer que sonríe todo el tiempo. Yoga para principiantes. New Age en cajita de lata. Conocimiento de botella arrojada al mar, sin mensaje. Porque todo está perfecto. Todo es ilusión. No puedo sentir dolor por el hambre y por la guerra, o sí puedo, pues no alcancé su nivel de evolución espiritual.

Veo. Veo. ¿Qué ves? Mi escándalo. Mi tragedia y mi cobardía. Rehusarme a jugar, verdaderamente. Aún así, la uña hongo espejo abre mi portal. Mi comprensión y mi vergüenza. Cada personaje es “una herida que no he sanado en mí mismo”. Eso es lo que ahora, veo, veo.