121

145 es para Violencia de Género. 143, violencia doméstica. 132, emergencias médicas. 128 para disturbios, que implicarán a la policía. 139, bomberos. 129 para maltratos de cualquier índole, cualquier tipo de invasión que atenté contra un ser humano: este número se destina a la Policía Especial de la Nación. 149, animales que están siendo maltratados, que están perdidos o bien, son encontrados. Este último número telefónico lleva apenas un mes. Costó marchas de variadas agrupaciones conseguirlo. Una vez llamé por un gatito negro que parecía perdido pero nunca pude comunicarme. Además, sólo hace referencia a los llamados “animales domésticos”. No existe comunicación para el peligro que viven los caballos, los cerditos, las vacas, las gallinas, los pollos y tantos más. 

No existe tampoco número para talas. Será que pocos saben que la selva Amazonia en, aproximadamente, diez años perdió una superficie igual a España. El inmenso y bondadoso pulmón verde. Será que no saben que los árboles transforman el Dióxido de Carbono en Oxígeno. Asimismo, pulmones en riesgo en este país. Nuestros pocos árboles se descubren en fortaleza y ternura, atrapados entre baldosas y ojos vendados. Las construcciones, novedosos edificios que, sin embargo, se parecen entre sí como monstruos de visión cuadrada, titanes de cemento y vidrio que crecen con hambre de casas bajas, típicas de barrio, aquellas donde limoneros o naranjos o enredaderas salpican respeto. 

Hace unos meses, el presidente del país, inauguró una nueva línea: personas sospechosas de locura. Es el 121. 

Cada ciudadano llevamos nuestro número de Documento Nacional de Identidad detrás, en la espalda, a modo de una liviana chapa, sujetada a la ropa. Al igual que los barbijos es obligatorio cargar con ella. 

Liviana chapa en la espalda. Como una matrícula de automóvil inocente, aquel que amaga con la fuga necesaria cuando azules desquiciados son partidarios de gatillo fácil. No hay teléfono para ello. 

Frente a cualquier conflicto basta con que el individuo llame al nro. correspondiente. 

Quienes saludan al sol. Quienes bailan con sutilidad a la luna. Quienes abrazan a los  árboles. Quienes buscan que la hojas de las plantas reciban su tacto, para sentir suavidad o aspereza. Quienes huelen flores. Quienes hablan con hermanos que viven recogiendo cartones. Quienes cantan por la calle. Quienes sonríen abundante. Quienes contemplan el cielo nocturno e intentan encontrar al rojizo Marte. Quienes dejan pasar primero a las palomas. Quienes saludan a las mariposas. Quienes toman panaderos y piden sus tres deseos. 

Quienes el asombro jamás les permite la indiferencia. 

Me informaron que cincuenta y nueve personas llamaron durante una semana. 

No son neuropsiquiatricos. Les llaman: Centros de Recuperación Randle Patrick McMurphy.

Las paredes celestes, gastadas, parecen observarnos con mil ojos. Pacientes que caminamos entre Gorgonas llamadas cintas de contención, que si es necesario te petrifican a la cama. Pichicatas cuando la bronca o el dolor atraviesan como lanza en las costillas. Pero no brota sangre y agua de vida, como en Jesús. Nos conducen a mayor encierro. Necesidad filosa de llamar a residentes, que poco saben pero grandes en su gesto de escucharnos. Decir. Llorar. Gritar. 

Apretar los dientes. 

Un salón amplio para talleres, donde nadie asiste. Salvo el de Poesía, comandado por un poeta llamado Gaucho, quien hace Servicio, pues sabe que nuestro derecho es también volar y que el Centro de Detención Randle Patrick McMurphy huele a injusticia y destierro. Y nos hace volar, cuando olvidamos que las sospechas son un humo rancio, un resultado de lluvia ácida, cuyos compuestos son hombres -en su mayoría- que no saben volar ni zambullirse, cuando Poseidón los espera en la invitación de conocer sirenas y sirenos. El salón amplio y celeste también promueve las comidas y meriendas. Numerosos dibujos sobre la ausencia de espejos y las promesas de salida. 

Alrededor de las nueve, la enferma de turno grita: medicación. Yo sueño con que grite meditación. Sueños tan efímeros como una rosa asesinada, lista a perder pétalos y magia.  

Habitaciones con seis camas. Hombres y mujeres se dividen en dos sectores diferentes, respecto de los cuartos. Eso no impide que los sospechosos de locura nos arrullemos en amistades. Historias de telenovela. Donde cada beso y abrazo son siembra fértil. Y cuando soy espectadora de ese beso y ese abrazo siento que todo valió la pena. Porque, a fin de cuentas, además, todo vale la alegría.