Cuatro piernas

No son solamente dos bultos de grasa. También es hueso, la dureza que un golpe puede quebrar, pero la sabiduría de preservar la médula ósea. 

Siempre reía con las “tres piernas”, a pesar de que ninguna mujer correspondiera con elevado entusiasmo dicha certeza. Lo decía con seriedad, se guardaba los chistes para aquellas que llegaban a sus redes, las máculas a autoestimas sedientos de luz y verdad. Un núcleo de inseguridad lo quemaba. Negaba. Pero las piernas que crecen no pueden ocultarse. 

Extraño, muy extraño, llegan hasta las rodillas; dice el médico; dice también que hasta no analizarlo no sabrá si pueden ser extirpadas o no. A cada lado de sus piernas, dos nuevas piernas. Como tentáculos tan irónicos como su propio humor. Agresiones encubiertas atacando una belleza construida a fuerza de halagos en voz alta, para sí mismo, siempre para sí mismo. 

Sufren las dos piernas, que se ven atacadas por un enigma que quizá, nunca resuelva. La clínica privada otorga un turno lejano. Como si no fuera emergencia, piensa Ricardo. Llora en el baño, para luego tomarse un tiro de cocaína. 

Cuatro días son cuatro milenios para quien espera una solución o una condena. Más parecida a la última, pues los huesos, la carne, la piel siguen creciendo con la rapidez de un clonazepan, orientado a tapar la angustia, el pánico, la ansiedad. 

No se puede hacer nada, pero lo derivaré a un especialista, con respeto y disculpas: no sé exactamente de qué; dice el médico. Él llora, como nunca lo hizo en años, salvo cuando su exnovia quiso dejarlo y la amenazó con tres intentos de suicidio, que lo llenaron como una piñata, cuya sorpresa fue la mentira y la manipulación. 

Entonces recuerda, eureka piensa, como ha creído desde que tiene memoria que su intelecto es mayor al de cualquiera. Su exnovia sabía leer Cartas, Astros, otros oráculos. Sabía de hechizos. Ricardo cinco veces eligió del mazo, el Arcano El Papa invertido, del Tarot Marsellés, cinco veces en la misma semana, durante la convivencia. Arde el crecimiento de las piernas. Al igual que el miedo a la sugestión.

Las piernas siguen creciendo, en cada costado una lanza, que jamás arrojará sangre y agua, sino desconcierto y vergüenza. Él, encantador: un recuerdo hundido en la maldición de cuatro piernas. Que no son efecto de la divinidad, porque no cree en el mundo invisible. Se trata de casinos virtuales, vodka y coca, día tras día, esos que son gárgolas para quien sabe bailar en boliches, con jovencitas, tal vez, más inteligentes que su exnovia o más indicadas para ser corrompidas en bienvenidas de monstruos. Sus nuevas piernas duelen, están expandiéndose, se alargan como serpientes tocadas por una varita mágica. 

Sí se cortan, el riesgo es alto, podría no soportar la operación; dice el especialista en huesos. Las piernas, que nacen en la cadera y a esta altura terminan con sus correspondientes pies, parecen sonreír a la tercera pierna, aquella que nunca ha crecido. Que ha buscado matriz para tener un hijo. 

Sin embargo, la incertidumbre rueda. Y es posible que un alma antigua apueste por Ricardo. El cuerpo será polvo y ceniza, trascenderá la compasión que se ha sembrado en cada vida. Pensará esa alma antigua. Hasta que despierte. Hasta que comprenda que cuatro piernas pueden ser nobles aliadas o pueden ser voraces herramientas. 

Arrasan las cuatro piernas, sin posibilidad de redención. Llora Ricardo. Debe ocultarse. 


-los personajes y hechos son producto de la ficción, cualquier parecido: real vulgaridad-