El Nebulizador

Cigarrillo. Broncoespasmo. Nebulizador. Bronca. Desgano. Así lo resumo, así lo vivo. Cuatro veces por día, la máscara, el humo, el tiempo chicle. Desde hace una semana. Y todo sigue igual. Probablemente, porque no dejo de fumar ni fumo menos. 

El ruido mecánico alertando que ya es tiempo. Antes, un cigarrillo, bien merecido. Para que la tos crezca como la Luna es Piscis. Uno, dos, tres. Inspirar, exhalar. Cierro los ojos. Los pensamientos de siempre. Pero no son lo de siempre.

Tengo tetas. El pelo largo y negro. Liso y fino. Mis manos son refinadas, tan blancas como a veces creo que sería el color de la Tierra cuando acabe el hambre y la guerra. Mi vestido es violeta. Sencillo pero misterioso como un nardo. No sé qué época, por las chozas puedo especular que se trata de la edad media. Veo un campo habitado por un horizonte limpio. El sol nace entre árboles altos y florecidos de blanco. Llevo un péndulo, creo que es amatista. A mi lado, un perro negro y un gato atigrado. Sostengo piedras coloridas entre mis manos. Y un libro. No entiendo su leyenda, su lenguaje. Sé de algunos símbolos planetarios. Alguien llama. Alguien a quien no puedo entender. Es un hombre joven y delgado, luce desesperado. Corro hacia él. 

Terminó la nebulización.

Le doy la máscara, le pido que antes, fume. Andrés me hace caso. Lo veo cerrar los ojos. No quiero interrumpirlo pero lo interrumpo. Está rígido. Lágrimas le caen hasta la camisa. No puedo interrumpir porque comprendo. Andrés dice: perdón. Abraza algo, alguien. 

Le doy la máscara, le pido que antes, fume. Sebastián lo hace. Cierra los ojos. Su cara se transforma, es miedo, es horror. Pero más tarde, refleja algo parecido a la liberación. Brazos cruzados sobre el pecho. Una mano apuntando hacia el cielo y la otra apuntando a la tierra.  

Le doy la máscara, le pido que antes, fume. Vanesa fuma. Minutos después, comienza a nebulizarse. Ojos cerrados. Boca grande. Y risa. Mueve los brazos como en danza primitiva. Sus dientes reflejan abundancia y prosperidad. Andrés, Sebastián y yo nos miramos para también reír. Con el contrato de nunca revelar ni revelarnos quiénes hemos sido en la vida pasada, que el nebulizador nos reveló. 

Fabio no cree. No quiere fumar. No quiere nebulizarse. Exige porro. Porro tiene. Agarra la máscara con ojos débiles. Inhala. Exhala. Intenta no cerrar los ojos pero vencido, los cierra. Gestos de extrañeza. Se toca la panza. Movimientos circulares, delicados, que parecen amorosos. Una sonrisa suave aunque potente. El humo se acaba y sin embargo, Fabio no quiere despertar. 

Toma la máscara con violencia. Lo hace mal pues solamente usa la boca. Lo contemplamos como quien contempla una escena absurda. Juan mantiene los ojos abiertos. Mantiene los ojos abiertos. Hasta que los cierra. Da órdenes como un coronel, para más tarde ordenarse en su propio aullido. Se saca la máscara con suavidad.

Queda en silencio. Las piernas de un lado al otro. Palmas. Gestos bufones. Manos de picardía las de Antonio. Sentado y erguido, señala cada rincón del departamento. Atento a la inhalación y la exhalación. Parece tocarse anillos y cadenas que no tiene. Algo sobre la cabeza.  

El tiempo no es chicle, es un espiral benéfico, una respuesta, una apertura. Enciendo el nebulizador. Inhalo, exhalo. Cierro los ojos. Los pensamientos son los de siempre.