Somos garche

La segunda vez que lo vi me regaló un peluche. Se trataba del Pato Lucas, tal vez, mi personaje preferido. Tiene la altura de una vela larga y el ancho de un mazo de cartas, sin contar los brazos y las piernas y las orejas. Aparentemente por lo que busqué: son 27 centímetros en total o algo similar. Al Pato Donald nunca lo entendí. A Tío Rico quería darle con una molotov. 

Es bonito, insólito mi Pato Lucas. Lo disloqué al lado de un desnudo de Renoir. No por estar enamorada sino por un regalo que me provocó ternura. Así como otros lo hicieron. Pero la mayoría están en la biblioteca. Y el Pato Lucas es muy extenso para arrullarse entre libros. 

No tengo otro peluche quizá por eso le hablo, con respeto a Dios, que siempre escucha. Le pregunto ñoñadas, me responde ñoñadas, hablamos ñoñadas. Es un buen compañero. Quizá debería decir compañera pues no tiene pene ni testículos. Sin embargo, tiene hondos deseos. No de estar conmigo sino de estar con una Pata Lucas. Le digo que es complejo pues no encuentro en Internet ni en vivencia una Pata. Definitivamente: no es casto. Al igual que yo. Quizá por eso nos reímos los fines de semana. Cuando me despido y me saluda con un suerte expansivo. 

Pero hoy se levantó con humos, no de pitonisa en trance, sino de patito malo. “Somos garche” me dice cada 15 minutos. Sé por qué. El hombre que conozco me lo ha dicho. Yo respondo: así es lindo que sea. Y otra vez: “somos garche”. Es divertido, a mí me gusta, digo. “Somos garche”: entretenidos y pasionales, remato. “Somos garche”. No, somos exploradores sexuales sin vínculo alguno. 

Después de media hora ya no me parece útil ni nutricio. Si el Pato Lucas está en celo no forma parte de mis dominios. No puedo hacer nada más que atornillarme a mi compasión. Que se diluye en la medida que sigue hablando. Sí. El Pato Lucas habla, lo escucho sin entrar en brote. Lo escucho como a una sirena hechizando a marineros. Repite lo que habrá escuchado sin darme la chance de opinar exactamente lo mismo. Somos garche, enuncio yo misma. El Pato Lucas no vuelve a abrir el pico. 





Remeras

Me gusta observar las remeras de los hombres; sus dibujos, sus inscripciones, sus colores. Qué originales y qué cursis y cliché pueden llegar a ser. La calle se refina en camisetas de todo tipo. Las camisas no me interesan. Sin complementos ni ninguna otra prenda. Todavía recuerdo el de La Naranja Mecánica, el de El Resplandor, Kubrick siempre retuerce mis pensamientos. Ajustar mi percepción. Una vez vi uno sobre la Serenata de otoño de Bergman. Le sonreí y él me sonrió con esa complicidad propia de los que han entendido la línea del tiempo. Tampoco puedo olvidar la camiseta de Pink Floyd particularmente inusual. He contemplado a Bob Marley, mientras cantaba Natural Mystic con voz baja; a Pappo, Led Zeppelin, The Doors. Los dibujos animados son simpáticos, aunque ya casi no reconozco a sus protagonistas. En cuanto a las leyendas, no me gustan las que están escritas en inglés. En español parece que quedan pocos, el peligro de extinción también les ha alcanzado. Será por el hecho de que “el inglés es el idioma del futuro”, por omitir que es el idioma de la conquista cultural. 

La calle hierve. El calor se asemeja a una estufa triunfante. No me detengo en los pocos musculosos tampoco. no me gustan Aunque hay quien se lo toma con la dignidad de volver a Ítaca. Los considero valientes a pesar de todo, cuyos cuerpos no acumulan prejuicios ni veredictos de jueces. El camino está roto por todos lados. Como si estuviera caminando por la carretera con mis zapatos insuficientes para el paisaje de la ciudad. Un hombre gordo pasa junto a mí. Su camiseta tiene la cara de Maradona. yo simpatizo Pero debido a su rostro húmedo y devastado, elijo no sonreír.

La tarde se abre a pesar de la sensación térmica de 30 grados. Las luces de la ciudad se encienden tímidamente. Pocos de nosotros somos lo suficientemente valientes como para "hacer ejercicio". mala idea Muy mala idea. Siento que en cualquier momento caeré como la piedra de Sísifo. A pesar de estar libre de error, al menos eso es lo que pienso. Ya rebobiné mi historia por Tomás y Emilio, ya renuncié a historias de amigos. Me siento limpio ahora. Ligeras como esas plumas que consideran: pertenecen a los ángeles. Sin embargo, creo que los ángeles y los demonios no están afuera sino que nos habitan, según la ocasión.

Iuju! Hombre con camisa blanca y dibujo. Todavía es muy lejano. Tendré que esperar unos metros. yo te espero Te extraño. Y cuando llega el momento de romper la piñata: mi plasma se congela. Sí, mi cuerpo se contrae, deteniéndome como una estatua de Medusa. No soy un drogadicto cualquiera, no tomo merch, pepa, éxtasis, hongos ni fumo marihuana. Tampoco sufro de ninguna particularidad psíquica. No hay brote en mí. Asimismo, lo inesperado no será suficiente hasta que la toque. 

Me acerco como alguien que no quiere la cosa pero la quiere desesperadamente. El hombre tiene ojos hundidos, nariz aguileña, no es grande de estatura ni de peso, su pantalón es corto, gris y con rayas negras. Nos miramos. Él ríe. No. En la parte delantera de su camisa está mi cara. Hace un gesto con las manos como si quisiera abrazarme. Con un ole no de torero nefasto sino de curioso, la siento. Se va como una niña pequeña a punto de recibir su cochecito. Real como mis huesos. Eres mi cara, digo en voz baja. tu eres mi cara Sería mejor correr. Piérdeme huir Sin entender cómo llegué a la camiseta de un extraño. 

Los bloques pasan con la velocidad del trueno. Afortunadamente, bastante desierto. Como decía, el calor no es para todos. Y me llega otra camisa. Una adolescente de cabello azul ondulado, hermosa como una Venus de la castración de los testículos de Urano. La belleza a veces nace de la destrucción. Pero no ahora. Porque la belleza, una vez más, tiene mi cara en la camiseta. Me froto los ojos. Escupo la flema. Toco mis piernas. Y golpeo de nuevo. El joven es amable y me permite tocar su atuendo; si, soy yo a mí Sin tener la cara de Christian Bale. El gesto repetido de Don Ramón. La locura de un anime. soy yo

Ahora sí creo en el Ángel de la Guarda o Guardia. Te pido que por favor esto es un sueño aunque sé que tengo la vista muy abierta, tropezando con camisetas que me alejan. La ciudad desierta de caminantes y pasajeros. La próxima vez que vea lo mismo, iré a la sala de un hospital psiquiátrico. No estoy dispuesto a volverme loco. Se vuelve loco por la sensibilidad, por el miedo al mundo, por la soledad, por el dolor; así lo considero Y nunca he oído historias como esta. Repito: no estoy drogado ilegal y/o legalmente.

La segunda es la semicaducada, aunque ahora las lámparas están tan débiles como mis piernas. Mis miradas son un eficaz radar para seguir comprobando el resultado de una naturaleza que desconozco. ¿Cómo llegué allí?, ¿cuándo?, ¿para qué?, ¿qué diablos? Por favor, no quiero que el gordo me tenga también en su pecho. Lo toco, me mira con cara de rancio, algo sorprendido, algo confundido. Si, soy yo.

Mi tierra se mueve como un juego de parque de diversiones. Y se detiene cuando el próximo chico es tomado por una camiseta de Madonna. Respiro por la nariz. Aliviado pero confundido. Tembloroso y frágil. y asustado 





Chocolate

Tiene la cursi forma de un corazón. Rosa. El color que más detesto. Desde chica. Desde siempre. Le agradezco con un beso migaja. Los cuernos no se arreglan con bombones. Los cuernos, generalmente, nunca se arreglan.

Él lo intenta con la torpeza de un comodín roto. Usual. Las flores. El peluche. La carta para una redención como una intravenosa intoxicando. Poca imaginación en un hombre que supo ocultar como un detective noir. Poca imaginación en un hombre que dejó encendida su notebook y su correo abierto.

Lo dejo en la puerta. Agradezco con mirada huidiza. Entro en casa.

Pedro Gato observa el corazón. Se esconde debajo de la mesa. Es la misma actitud que ajusta cuando viene una amiga, cuya empatía es nula. Los gatos saben. Los gatos intuyen. Los gatos protegen. Será porque es una caja horrorosa. Será que viene de él.

Fabio es divertido, con ese entrenamiento que te hace ver las barajas ganadoras. Jamás humor barato. Ríe cuando ve el corazón. Palmea mi espalda como quien palmea para decir: esto también pasará. Al menos son artesanales, parece. Dice con la extravagancia de un nene a comprar caramelos y gomitas. Sin embargo, no llevan marca, rótulo o lo que fuese.

¿Estarán vencidos?, digo. Bueno, probemos uno y si nos resulta rancio… ya sabemos… dice Fabio. Igual son cuatro nada más. Rata, pienso sobre mi exmonstruo.

Va el primer bombón. Para ambos. Mientras lo como me doy cuenta que tiene algo: ¡ha de ser un muñequito! Fabio escupe como quien es visto por los ojos del desagrado. Y sí, son dos pequeños muñequitos. No están pintados sino que son grises. Parecen dos chicos, muy pequeños. El mío carga con una bolsa capaz de inyectarle veneno en los huesos, amplia, gorda, alta.

El muñequito de Fabio también es un nene. Que maniobra unos palos gigantes. Numerosos. Atractivos para quien no es pulverizado con sed y hambre. Intuyo. Se notan muy pesados. Su tamaño es similar a la estatura del chico.

No estoy segura si quiero más muñequitos, pero la curiosidad da siete vidas al gato, tal vez, para que conozca y entienda y maúlle. No lo sé. El chocolate es pegajoso como la humedad de Buenos Aires, como la incógnita de que vendrá después. Es muy pequeña. La figura es más elaborada pues hay parte de un árbol, cuyos frutos, gigantescos, son cortados por un machete que la nena empuña.

Fabio me muestra el suyo. También gris. También doliente. No hay gestos en las caras. No hay absolutamente nada. No parece un pequeñito sino una canasta que es casi igual a su tamaño, a su cuerpo. Me toca a mí. Sí, estoy dispuesta. Este está pintado. Es un fruto. Color naranja con tintes verdes. Es el fruto del cacao. Maúllo.