Grande como una valija de viaje

-A Leonor-

Grande como una valija de viaje. La cartera bambolea entre bares y casas de amigos, locales y plazas. Con su bolso de remedios. Las cigarreras de distintos tabacos. El portacosmético. Ropa interior. Abrigo de más. Numerosos libros, al menos así me ha contado.

La conocí en una librería. Mientras buscaba El Evangelio apócrifo de Felipe. Le gustó mi nombre. Francisco repitió varias veces. Catalina, repetí sólo una vez. La invité a tomar un café y aceptó. Pero solamente en aquel donde paraba. 

Un bar, cuyas paredes anunciaban a quienes fueron los mejores jugadores de pool. Sillas de plástico negro, cómodas como un sillón. Delante pocas mesas, detrás el amplio espacio, las risas, las mesas del deporte elegido por mujeres y hombres de distintas edades. Cervezas inagotables, cada tanto un vino blanco. Techo alto. Columnas parecidas a las Iglesias góticas. Se dejaban ver ladrillos, vigas de madera. Numerosos camareros haciendo frente a una multitud que resplandecía en diversión. 

Nos sentamos adelante. En una mesa para uno. Se pintó los labios de violeta e imaginé esa boca cerca de la mía, al menos cerca. Lo necesario para decirle, cuánto espere, qué poco me gustan estos bares, pero acá estoy. Por vos, mujer de cartera gigantesca. Azul como tu mirada. Tan magnética que el espacio parece flotar en mi voluntad y recursos.  

¿Algo más llevás ahí?, dije para disolver el silencio. Lo que vos quieras. Pensé en preservativos de muchos colores. Quien mira ve diferente, respondió. Mayor la intriga y la sorpresa. O se trata de una loca de ternura o se trata de una cuerda, intentando un misterio estéril. 

La cartera fue abierta. Dentro, absolutamente despoblado. Pero lentamente, empezaron a aparecer monedas doradas. No podés tocarlas, sólo observá, dijo Catalina. Y así lo hice. Las monedas se reproducían como las estrellas cuando no existen nubes. Cada vez más y más. Cerré los ojos. Catalina cerró su cartera. 

Quiero ver más, dije. Ella desabrochó su camisa violeta, peinó su pollera celeste y nuevamente, abrió su cartera. Son manos, multitud de manos, aplaudiendo. Aplaudiéndote, dice ella. Palmas chispeantes que provocan tanto ruido y sin embargo, solo yo escucho. 

¿Vas a seguir?, dijo. Voy a seguir. Ahora se trata de autos formidables. Perfumes con los que ruedo sobre paisajes que desconozco, donde las arenas son claras como la piel de Catalina. No oigo pero algo digo. Algo me digo a mí mismo. Tal vez la marca de la esencia que uso. 

Otra vez estoy dispuesto. El cierre se abre. Noticias filosas en los diarios, pero terminan para transformarse en pequeñas televisiones. Puedo verme en cada una de ellas. Sonrío, soy fascinante como nunca lo hubiese creído. Muevo las manos con elegancia. Mi voz tiene el encanto de un cuento para nenes. 

Cerrá, por favor, digo. Todavía no… si llegaste hasta acá es porque hay mucho, respondió con voz fuerte.

Abrió otra vez. Con mi miedo a un costado, vigilando. La cartera azul grande como una valija de viaje vuelve a tomar la vida que temo. Miro despacio. El terror es más fuerte que la curiosidad. Hombres pequeñitos, soldados, de un bando y otro, las balas confunden los despojos de una ciudad. Una trompeta suena. Los hombres dejan las armas en las veredas. De repente, parecería que no hay aliados ni enemigos. Se abrazan. Un colchón de flores fucsia lo cubre todo. 

Sin temor, dice, seguí mirando. Cierra y vuelve a abrir su cartera. La visión es tan real como yo mismo. Las casas son de barro, emplazadas en la profundidad del bosque. Los animales, grandes y pequeños, están sueltos. El consejo de anciano es de árboles. Las plantas crecen a su ritmo y belleza. Pan y palabra cubren la piel del planeta. 

Cierra rápidamente su cartera, como en un sueño que se olvida con la velocidad de un estornudo. ¿Querés ver más?, dice. Y respondo con la tenacidad de quien ha descubierto una pista. Quiero ver más, afirmo con ojos húmedos y rojos. Mirá, Francisco, Francisco, Francisco. Veo. Es la Tierra, la Luna, Venus, Mercurio, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, Plutón y el Sol, satélites, viajeros de roca, nebulosas, agujeros de gusano. Vía Láctea, otras galaxias que no sé nombrar, agujeros negros, blancos. Una música que difícilmente podré olvidar. Y finalmente, negro. Absolutamente, negro. Es el vacío, dice Catalina. 


OSHO Zen Tarot.