Lejos

     La mujer tiene una pierna de madera. Camisón rojo. Nos acercamos para verla más de cerca. Aparece cada tanto y lo hace siempre en las mismas fechas. Un ritual extraño para un pueblo tan pequeño. Ella es una leyenda. No tanto su último esposo. Apenas se ve su auto lujosísimo, a veces el sombrero italiano, siempre una cartera. Una cartera roja de mujer. Pero nadie se ríe de eso. 

      Es hermosa. Camina como si no fuera tierra sino algodones. Se sienta y escribe. Habla sola. Se para con esfuerzo. 

      Una noche se desnudó frente a nosotros. Digo frente porque nos vio. Saludó con la mano. Y así, iluminada por la intensidad de los faroles, así, despacio nos enseñó su cuerpo, brilloso, delgado, de formas suaves y fragmentado por la madera. 

      Son muchos los sirvientes y una vez al año son muchísimos. Viajamos en bicicleta hasta la casona, los vemos acomodar alfombras, flores, esculturas de hielo. 

      Más tarde comienza el desfile de coches. Abren sus puertas y bajan los invitados con sus plumas, estolas, sus galeras, moños y fajas de raso negro. Como en las películas de Hollywood avanzan por el jardín hasta la carpa, terminada en punta, ruidosa, porque los músicos comienzan temprano. El dueño de casa lleva, por supuesto, su cartera roja y un impecable frac violeta. 

      Ella no se ve hasta la medianoche. Un rato antes los sirvientes en una complicada maniobra dejan sin paredes la carpa, entonces podemos apreciar las mesas, las fuentes plateadas, podemos escuchar el tintineo de los cubiertos y las burbujas, los aromas que nos llegan en finas tandas, desconocidos. 

      Una vez que todo está listo un silencio de sepulcro. El escenario se ilumina, los músicos esperan y entonces aparece ella. Aplausos. Ajusto mis binoculares. Lleva rojo, como siempre, falda amplia de novia, sin mangas y sin breteles, desde donde estamos imaginamos su textura, debe ser gaza por el movimiento de la tela, por el tímido reflejo de la luz. Acordes de piano, una melodía que nos recuerda la lluvia finita que cae pocas veces en la Pampa seca. Se acomoda. Ahora una diosa griega, los brazos extendidos hacia arriba, la cara de frente a su público, ya está lista, ya comienza a ser la melodía, su voz trueno, femenina, resonando en el espacio, su voz roja. Nos miramos. Sin respirar. La muerte en este instante es maravillosa, tiene su forma, su piel blanca, sus ojos probablemente negros, su pelo largo, su gracia y su madera. Es la noche más grandiosa de este pueblo. Es francés lo que canta. De lluvia finita a una tormenta es la música. Dos violines en un pálido diálogo hasta que regresa su voz roja. La tormenta se hace más aguda, de contrabajo a clarinete. Mueve los hombros, dibujando círculos que se prolongan por su cintura. Se aquieta la música. Lluvia finita. Melodía, piano, acordes. Ya no hay instrumentos, ahora su voz inmaculada, el solo más esperado por la audiencia. Mi corazón late más rápido. Mis oídos atentos. Si el agua tuviese boca sería la voz de ella. Agua roja. Sangre. Delicada. Que fluye, alimenta. Se acaba. Aplausos. Él se acerca con un ramo de rosas. Se abrazan. Se besan apasionadamente. Los aplausos crecen. Ella saluda, sonríe. Él le besa la frente y la toma de la mano. Los vemos bajar por el costado. Perderse cuando atraviesan una puerta. 

      Nos bajamos del árbol. Ninguno habla. No nos miramos a los ojos. 

      Decidimos tarde. Después de tres años. Tres años de escaparnos religiosamente. Atravesando el campo, contando las vaquitas. Hacemos sorteo. Soy yo el elegido. Soy yo quien va a poder verla de cerca, saber si en verdad es tan bella. Me prestan un espejo, acomodo mi pelo, llevo puesto el pantalón de los domingos, una camisa negra de papá, me queda grande pero la arremangué y casi no se nota. En un bolso rojo mi cuaderno y un libro de Almafuerte, para que sepa: yo no soy igual que todos, yo conozco desde afuera pero conozco, 
que mi edad y mis zapatos no te engañen
bella mujer de roja madera
no te engañen
mis besos pueden traerte la lluvia 
esta noche
yo también uso mi pluma y mis pulmones
y si Beethoven y Botticelli 
si Vallejo y Miguel Ángel
que no te engañen
bella mujer de roja madera
que no te engañen.

      Esperamos. Quedan diez minutos. Transpiro. La vemos. Espero. Trepo. Mi pantalón se engancha en el alambre. Salto. Mi pie duele. Corro. Me escondo detrás de un ciprés. Corro. Me acerco como un ladrón, ocultándome donde puedo. Corro. Me tiro al piso. La observo. Me levanto y corro. Estoy cerca. Más cerca. Más. 

      Mis piernas tiemblan. Le digo un hola agitado. Sentada, asiente desde el suelo, sin mirarme. Cómo está… quería conocerla, hace mucho que la veo… y no sé… disculpe… es que yo quería… Asiente mirando al suelo. Empieza a moverse, hacia adelante y hacia atrás. No respiro. Levanta la cara. Me sonríe con los ojos bien abiertos. Sus ojos son negros. Opacos. Lejos. Se ríe. Su voz trueno, su voz roja balbucea. Qu'est ce que tu veux de moi?.. Qu'est ce que tu veux de moi?.. Qu'est ce que tu veux de moi?* Me da la espalda y escribe, en silencio. 

*Francés. En español: ¿qué pretendés de mí?




Fotografía: Cecil Beaton