Hansel y Gretel van a casa

-          Dijo que ya no pueden alimentarnos, por eso nos abandonan en el bosque.
-          ¡Shuuuuu! ¡Papá te va a escuchar!
-          ¡Y que me escuche! ¡¿Te parece bien que nos hagan esto?!
-          Pero si seguimos el camino de piedras podremos volver...
-          No hay piedras esta vez, creo que ella descubrió el truco, la puerta estuvo cerrada toda la noche hasta hoy.
-          Tenemos el pan.
-          Sí, tenemos el pan.- dijo Hansel.

     El leñador continuó adelante, adentrándose cada vez más en el bosque. Y el bosque, cada vez más cerrado, la forma de los árboles enseñando caras tenebrosas, figuras de animales que existen sólo en los cuentos de horror. La noche empezaba a mostrar su grandeza a la par de la luna y sus pálidos rayos sobre la tierra. El canto de los pájaros cambiaba en graznidos violentos, los búhos con sus ojos brillantes comenzaban a invadirlo todo.

     Cuando se encontró lo suficientemente lejos, el leñador dio vueltas entre unos arbustos, se ocultó y espero que sus hijos cruzaran el último claro de la región. Cuando ya no pudo escuchar sus voces, se alejó llorando.
     Hansel y Gretel se encontraron solos y hambrientos, en un bosque oscuro, peligroso para dos pequeños. Decidieron dormir, apoyados sobre las ramas de un ombú gigantesco.

     El sol les cayó en la cara hasta despertarlos. Unos jirones de nubes cruzaban el cielo. El verde de distintos matices, las ardillas y las liebres: el bosque ya no era un ser amenazante, con vida propia, ahora parecía sereno, parecía invitarlos a recorrerlo. Así lo hicieron. Adelante iba Hansel, detrás Gretel. No tardaron en darse cuenta que las migas de pan habían desaparecido. Y que en su lugar, algunos pájaros observaban a los dos niños, como burlándose del nefasto destino, de un camino que no existiría nunca más. Hansel se puso a llorar. Su hermana lo abrazó. Le tarareó al oído una vieja canción de cuna, sin dejar de acariciarlo.  
     El mediodía los encontró exhaustos. Pero no vencidos. Ahora Gretel iba a adelante. 

      -     ¿Sentiste eso, Hansel? Huele a jengibre… ven.
     Caminaron en una línea zigzagueante. El aroma a jengibre se hizo más intenso y algo grandioso ocurrió. Vieron frente a ellos una casa. Pero no era cualquier casa: sus ladrillos eran de chocolate blanco y chocolate negro, sus molduras, de mazapán, tenía detalles que eran confites multicolores, y hasta los vidrios resultaron de azúcar. Dos enormes paletas enmarcaban la puerta rosa de caramelo. Hansel y Gretel comieron aquí y allá, un poco de esto, un poco de aquello. Hasta que una delicada anciana salió a recibirlos cariñosamente. Les ofreció servilletas y jugo de jengibre y frutilla. Los invitó a entrar, pues en la cocina podrían probar unas galletas de algarroba y coco, recientemente horneadas. Antes de que la última sílaba de la palabra horneadas fuese pronunciada por la anciana, los dos niños estaban sentados a la mesa. Sucedió rápido, la anciana se transformó en una bella bruja, joven, de pelo negro y boca roja.  Los dos niños, desprevenidos, fueron maldecidos por la mujer y luego encerrados. Hansel en una pequeña jaula y Gretel en una celda. Esa noche la bruja consultó sus libros de cocina, y advirtió a los hermanos que llegado el momento los comería, pero antes, debían engordar.
     Los días pasaron. Cada tarde la bruja tocaba un dedo de Hansel para determinar su gordura. El pequeño había logrado recoger un delgado hueso, y cubriéndolo son sus ropas, traicionaba las pruebas de la bruja, pues ésta nunca lo encontraba con el peso indicado.

     Así fue que Gretel ideó un plan, que más tarde fue comunicado a la bruja. Si su idea era comer abundante, no podría hacerlo nunca pues ellos no eran más que dos niños, en cambio, cerca de la aldea, vivían sus padres, si bien eran delgados su altura los convertía en un plato más suculento. Tras muchos intentos, la bruja aceptó liberar a Gretel para que fuera en busca de sus padres. Su hermano seguiría preso por si ella intentaba un engaño. Para poder orientarse, la bruja le dio un collar mágico: mientras se acercase a sus padres, el color de su gema cambiaría hasta volverse roja. A la vez, desde su bola mágica, la mujer podía observar la gema y controlar así a la niña.

     No tardó la niña, ayudada por el collar, en reencontrarse con su padre y su madrastra. Les contó de la maravillosa casa de dulces, en cuyo interior numerosos tesoros, suficientes para nunca volver a ser pobres, ni ellos, ni sus nietos, ni sus tataranietos. Hansel los estaba esperando allí. Rápidamente los tres salieron hacia el bosque.

     Cuando el leñador y su esposa cruzaron el umbral, una red de perlas cayó sobre ellos. Se escucharon risas, ansiosas, sedientas. Esa noche la bruja comió y quedó satisfecha. Pero como era una bruja traicionera no quiso cumplir su parte del trato. Y como era una bruja algo torpe (parecida a los villanos de Hollywood) contó a Gretel sus intenciones. La niña, que aún no había sido devuelta a su cárcel, en una ágil maniobra, empujó a la bruja dentro del horno, y antes de que esta pudiera pronunciar uno de sus conjuros, encendió el fuego. Se escucharon lamentos, solitarios y finales. La mujer se hizo cenizas.

     Gretel liberó a su hermano y desde ese momento se hicieron los dueños del dulce y sus tesoros. Bautizaron la casa y la llamaron Posada Feliz. Los niños que aparecían en sus inmediaciones, también abandonados por sus padres, eran adoptados por los nuevos propietarios. Con los años, Posada Feliz se transformó en una comunidad, donde las canciones, los juegos y los dulces nunca acababan.  



Fotografía: Pedro Luis Raota