En qué puedo ayudarlo

I

No corta más. Cuando creo que la conversación está en coma y a punto de alcanzar mejor vida, la voz de licuadora vuelve a preguntarme una idiotez. Corto. Me arriesgo. Tengo hambre de cigarrillo. Tengo sed de café metódico y tibio. Desconect. Me libero de la vincha, del micrófono. Pongo stop en la pantalla de llamados. Me paro y quedo unos segundos con los ojos fijos en el panel azul, con las manos apoyadas en la mesa del boxer.

Están Larvita, la rubia y Maxi intentando entrar en el único techito que hay en el patio. Algunos se resignan a la lluvia y fuman. Yo prefiero no hacer lugar en el techito, además, falta poco para que aparezca la pelirroja.
- ¿Fuego, amigo? - dice Pepito con la voz gastada.
Hace tiempo que compartimos la media hora de descanso, media hora que puede ser dos de quince, o tres de diez, o uno de veinte y otro de diez, o uno de diez y otro de veinte. Jamás lo vi sacar un encendedor. Jamás entendí cómo hace para tomarse ocho tés con leche si la empresa decidió dos colaciones diarias para cada empleado.
Cierra ojos al prender el cigarrillo y cae una chispa en su remera. Ahora entiendo porque tiene las remeras agujereadas.
- Es mi última semana, amigo - dice.
- ¿En serio?, ¿conseguiste otra cosa?, ¡te felicito!
- Sí. Una casa en Uruguay.
- Genial… ¿Ya presentaste la renuncia?
- No. Me van a echar. Todo me chupa un huevo.
Sus huevos deben ser gordos, pegajosos, con pelitos rubios y pestañas de mujer. 
- Buenísimo, Pepín, te voy a extrañar. Voy a extrañar que nunca tengas fuego y que siempre tengas fichas para la máquina.
Pepito guiña el ojo celeste -que no es el otro que es marrón-, se lleva el índice a la boca, como una enfermera borracha y rechoncha, y me zurrara al oído:
- La máquina del sexto piso… es una computadora… ¡una com-pu-ta-do-ra!
Vuelve a guiñar, pero esta vez, con el ojo marrón. Tira el pucho en el piso, que no cae en un charco sino a dos centímetros de su zapatilla izquierda. Pepito se evapora. Personaje, pienso con las piernas cruzadas y el pantalón mojado. El cantero es chico, más chico que el patio, y la planta resiste con cientos de colillas, con vasitos de telgopor cubriéndole la tierra. Miro el reloj. Queda poco y la colorada no aparece. 

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.
- ¡¿Hola?! ¡¿Hola?!
- Sí señora, la escucho, en qué puedo ayudarla.
- ¡¿Hola?! ¡¡Ahí está!! ¡¡Es que no se escucha...
- ¿Me llama de la línea de la cual está hablando?
- ¡¿Cómo?!
- Le pregunté si el teléfono que está usando es el que no se escucha.
- ¿¡Éste!?
- Sí señora, éste.
- ¡Ah, sí! ¡¡No se escucha...
- Aguarde en línea por favor.
- ¿¡Qué...
- Que espere.
Yo sé bien cuáles son las teclas, cuáles son sus mañas. La bautizamos “Santillana” porque el operador no tiene más que leer los pasos de la pantalla. Flecha por flecha. Palabra por palabra, que deberás decirle a la otra voz que espera. Respuesta por respuesta de la otra voz que espera, que deberás retrucar o completar con alguna de las opciones. Es gauchita la computadora, decía el coordinador en la capacitación. Dijo muchas cosas, como que su novia lo había dejado porque él no quería ser padre y que trabajaba en el Estado y se fue con licencia psiquiátrica.
¿Se escucha mal en un lugar determinado?
- ¡¡No, hijo!!, ¡¡siempre...
Informar que deberá intercambiar la SIM a otro aparato.
- ¿Usted cambió la SIM a otro equipo?
- ¿¡La que...
En el caso de que el cliente no conozca el término SIM, explicar.
- Señora, la SIM es un plástico, muy chiquito, que está dentro del equipo, usted lo tiene que sacar del teléfono y ponerlo en otro y fijarse si ahí funciona bien.
- ¡¡No entiendo nada, pará!!  ¡¡¡¡Camila!!!!  ¡¡¡¡Vení a hablar con el chico…
Corto.



II

El despertador es contundente pero siempre se puede volver al sueño, al menos por media hora, quince minutos o diez. La pelirroja vestida de tanguero camina sobre un colchón de arena violeta. Se agacha, agarra un puñado, sé que me mira aunque no puedo verme, me dice “hermoso, hermoso”. Aparece Pepito con unas pocas hojas cubriéndole el sexo, se para al lado de la pelirroja, extiende los brazos, los mueve como si estuviera nadando. La pelirroja se para y grita “hermoso, hermoso”, sale corriendo, se pierde entre los árboles.

Desayuno con un cortado y un pedazo de pastafrola.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

Me estoy meando y el tipo no entiende que ya tomé el pedido, va camino a la enorme olla, a cocinarse en su propio jugo, sin brazas, sin ruidos, sin comensales. Sin resultados. Necesito un inodoro, una trompada de agua fría, un cigarrillo.

- ¿Fuego, amigo?
- Tomá. Déjalo, es tuyo, te lo regalo.
Llegó ella. Y hoy no llueve. Y rojo. Veo todo rojo. Mi colorada hermosa, hermosa. Cómo cambió el tiempo, linda remera, la máquina hace un café horrible, tenés cara familiar…
- ¿Le gusta la pelirroja?
- Es linda.
- ¿Y por qué no le habla, amigo?
- Es que…
Me ofrece la palma con tres fichas y una pelusa gris. Tira el pucho en el piso. Deja el encendedor en el cantero. Pepito desaparece.


- Hola.
No podés ser tan linda.
- Hola.
No podés tener esos ojos.
- ¿Querés tomar un café?
- No. Gracias.
Sonríe. Y me enseña la espalda que ahora la observo como el iceberg que hundió al Titanic, como el muro que dividió Berlín.
- De nada - digo.



III

Vestida como los tipos de la Naranja Mecánica, hasta tiene un ojo delineado en negro. Camina sobre el pasto y arriba, nubes verdes. Esquiva jirafas, tigres y monos. Se da vuelta, me mira, guiña ese ojo y vuelve a estar delante de mí, con las piernas de lombriz sin tocar la tierra. Aparecen Pepitos. Pepitos desnudos. Pepitos bailando, haciendo temblar la grasa como si Nagasaki estuviera en su estomago. La colorada cada vez está más lejos, cada vez me mira menos. Se pierde cuando se hace un fósforo que entra en mi antiguo colegio.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.




- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.
- No me llega la factura.
- Dígame el número de su línea.
- 156-435-6249
Verificar si se comunica el titular de la línea.
- ¿Es usted la titular?
- No, es mi marido.
Verificar si, de no ser el titular, la persona figura como autorizado.
- Entonces tendrá que llamar él, usted no está autorizada para realizar este tipo de consulta.
- A ver nene… ¡¡¿no escuchaste que mi marido es el titular?!!
- Sí señora, pero usted no está autorizada para este tipo de consulta.
- ¡¡Quiero hablar con tu supervisor!!
- Mi supervisor va a informarle lo mismo que yo.
- ¡¡No me importa!!, ¡¡que me lo diga él!!
- Aguarde por favor.
Pepito está al lado, con la agenda electrónica, con los auriculares, tarareando una canción inexistente, irreconocible para cualquiera que tenga aunque sea algo, un poquito, un centímetro de oído musical. No es mi caso. Le aprieto el hombro.
- Pepito, te toca.
- ¿Caso?
- Esposa hincha pelotas no autorizada quiere factura.
Me cercioro de que el Teacher esté en la disciplina de acosar a la petisa. El tipo acosa tetas. Yo no sé cómo hace, dicen que es sobrino del dueño pero yo creo que es una historia que él mismo hizo correr. Cambiamos rápidamente de lugar con mi compañero. La computadora de Pepito recibe llamados en horas estratégicas. Pocos llamados. Pepito se calza mi vincha. Cambia la postura. Tose. Se frota la nariz ancha y rosa. Atiende.
- Buenos días, mi nombre es Emilio Fuentes - dice.
Emilio Fuentes era nuestro supervisor. Dejó de trabajar el día que apareció -seducido por la película, suponemos- sin pelo y sin cejas, y con la certeza de que en Tilcara lo esperaba su chamán -delirado por Castañeda, creemos-. Dijo algo sobre romper un muro, lloró, con los mocos cayéndole en la camisa, y se fue. Así terminó el paso de Emilio Fuentes por la empresa, así fue que decidí, dos semanas más tarde, ver The Wall.
- ¡Hola, como le estaba diciendo al otro empleado, no me llega la factura…
- Usted no es titular, que nos llame su marido y la ponga como familiar autorizado.
- ¡¡Pero mi marido está de viaje!!
- Su marido nos puede llamar de cualquier parte del mundo.
- ¡¡¡Quiero hablar con tu jefe!!!
Corta. El Teacher es un cadáver en el vaivén de tetas. Me pareció que nos había visto pero seguro miró a Clarita cuando fue al baño. Volvemos a nuestros lugares.
- ¿Pucho, amigo?
- A puchear, Pepín, vamos a puchear.



IV

La habitación es negra, la mesa es negra, las sillas. Emilio Fuentes, Pepito, la colorada y yo. Mueven la boca como esas muñecas que al acostarlas cierran también los ojos. Pepito sube a la mesa, salta, queda en cuclillas y otra vez salta y queda en cuclillas. Emilio abre la boca y una lengua serpentosa avanza sobre mi pelirroja. Quiero pararme pero no puedo. Quiero gritar pero mi boca no se abre.

No escucho el despertador, no elijo ropa limpia, no desayuno.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.


- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

En la pantalla Sell introducir número de paquete de mensajes. Clickear send, esperar confirmación. Una vez confirmada, la operación ha sido resuelta.

La colorada en mi piso, por azar, por destino, porque Dios es grande, porque el jean elastizado es un invento noble, porque la musculosa blanca está vieja y percudida, porque puedo imaginarle los pezones, porque no puedo despegar los ojos, al menos hasta que pueda pararme, inventar cualquier excusa, ir hasta ese Teacher sin nombre, sin señas, pero con voz de pito. Parece enojada, creo que se muerde el labio, retruca algo, frunce el seño. Sí, está enojada mi pelirroja hermosa. Me mira.
- ¿Pucho? - dice Pepito.
Me está mirando.
- ¡Bancá, bancá un segundo, Pepín!
Y la colorada se va. Y necesito una trompada de agua fría.

- Menos pregunta Dios y más sabe…
- ¡Esos dichos que ni mi abuela usa! Y no es “y más sabe” es “Menos averigua Dios y más perdona”.
- Mi último día, amigo, venga mañana conmigo a la tarde.
- Bueno. Está bien. Invítame un café.
- ¿Té con leche?
- No tengo ganas de ir al sexto piso, ¿no podés sacar de otra máquina?
- No.
- Bueno, vamos, Pepito, dale.

Indicar al cliente que: de no conocer su código postal, deberá llamar en otra oportunidad dado que es un dato requerido por el sistema.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

Leer con atención.
Informarle al cliente el plan seleccionado.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

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V

El mar está revuelto. La barca es un papel de diario que resistirá algunos minutos. La colorada llora, Pepito la mira en silencio. Mis manos son azules, es lo único que alcanzo a verme. Pepito se para, hace equilibrio sobre el borde y luego salta. Hunde la cabeza en el agua, el cuello, la panza. La colorada salta detrás de él.

Me levanto tarde. La nota de mamá avisa que hay capeletinis y Fileto en el frezer. Gracias micro-hondas. Gracias abuela por preparar tuco sin carne. Fideos, siesta, ducha. Colectivo. Casi. Baño de vuelta, el tuco era pesado.

Observo las terrazas. Es de noche. Veo cables, en realidad veo líneas que fragmentan edificios. Una rata se sostiene zarandeando, imagino la destreza de sus patas, la lucha muda y pequeña por superar el vacío. La ciudad es un collage de luces esperando una franja que indique hasta dónde.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

Informar al cliente el número de reclamo.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

- No tengo puchos, convídame uno.
- Tome.
- ¿Nos vas a extrañar?
- Claro.
- Yo también, Pepín, yo también. Son y cinco, tenemos que subir.
- Vaya yendo que ahora voy.
Cruzo la puerta de vidrio, la misma que una vez Pepito se llevó puesta. Me acuerdo de la risa del peruano, se agarraba la panza, casi se muere, y a la darky le salió sprite por la nariz y a Pepito le salió sangre. Me doy cuenta de que, verdaderamente, voy a extrañarlo.
- Hola.
¿Estoy soñando? Retrocedo.
- Hola.
- ¿Cómo va? - dice la colorada.
No estaba soñando.
- Bien – le respondo y pienso, morir de pie. Me animo:
- ¿Sabés? Me quedé mal porque no quisiste aceptarme ese café.
- Es que tenía que subir, en el próximo break lo tomamos.
- Dale. Diez y… No puedo. Es que se va mi amigo. El lunes, prometo.
Y la dejo en el comedor, haciendo fila para elegir las galletitas de esa máquina que siempre arroja el paquete que está más alto y entonces escuchás el ¡plock!, y tenés la certeza de que la masa y el chocolate son cenizas.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.

- Buenos días, mi nombre es Juan Pablo García Alchurrut, en qué puedo ayudarlo.
- ¡Hola! No puedo mandar mensajes.
- ¿Desde la línea de la cual me habla?
- Sí.
- Aguarde, por favor.
Consultas, Consultas, Consultas Técnicas.
El cliente no puede enviar mensajes.
A la derecha boxes. A la izquierda boxes. Detrás el ventanal, los edificios, la noche.  Adelante el monitor, la flecha que sube y baja por los títulos, la fecha que hace ruido, que presenta otro instructivo, una respuesta, y otro instructivo y otra respuesta y otro instructivo y así al infinito, hasta que la muerte nos separe. Pero no hoy. Cuando el cliente no podía enviar mensajes, el sistema me indicaba una serie de causas, para cada una, una acción distinta, que en realidad, eran lo mismo, indicarle al cliente que espere. Espere, señor. Espere, señora, anciana, joven, muchacha. Espere. Pero todo es distinto. El sistema me dice que si el cliente no puede enviar mensajes, cargue el paquete más alto en su cuenta. Me paro. Lili le dice al cliente cómo conectarse gratis a Internet. El japonés de rulos -único en el mundo, creo- le indica a su interlocutor las dos maneras de llamar gratis a Brasil. Clarita pregunta el nombre del compañero de Batman, parece que acertó, entonces, le avisa al cliente que ganó cincuenta pesos de crédito. Vuelvo a sentarme. Hablo con la clienta, sólo le digo la verdad, por una vez en la vida puedo decirle, señora, se rebeló el sistema y me dice que le cargué 800 mensajes gratis. Felicidades. Van a matarnos, dígale a mi madre que la quiero, dígale a mi abuela que es mi ídola, dígale a la colorada que me dé un beso.
- ¿Y amigo? - dice Pepito.
Pepito. Vestido con un frac negro, moño rojo, el pelo engominado, la cara más gorda y brillante. Pepito se abre el saco y muestra la remera negra con letras blancas, “en las grietas está dios que acecha”, parte de un poema de Borges: entonces: entiendo todo, Gran Pepito Sistemas al Cubo, Cerebro de la Rebelión: y me río. Como no me reí en años, como no me río desde los dieciocho, como no me río desde el kiosco, desde el lavadero, la heladería, la volanteada, el MacDonallds. Como no me río desde el shopping, la consultora, el ptro call center, la librería, el Wal Mart. Algunos chicos cierran las puertas que comunican con el resto del piso. Algunos chicos aplauden, otros siguen atendiendo con una sonrisa gorda. Los coordinadores son pocos en proporción a nosotros. Y los clientes son demasiados. Y el sistema está loco y los operadores tardaron bastante en darse cuenta de que los contenidos cambiaron. Y hasta creo oír a uno que repite los pasos, pregunta lo que la computadora indica, aprieta, responde y le carga doscientos pesos de crédito a un cliente, y todavía no lo sabe y yo me río y me aprieto con las manos la frente y Pepito se ríe y enciende un porro.
- ¡¡¡Se inunda el sexto piso!!! ¡¡¡Se inunda!!!
Grita Larvita. Le decimos así con cariño, por ese cuerpito de Sara Key adolescente. Y ni siquiera sé quién fue Sara Key, si realmente existió o es un dibujito de Disney. No importa, Larvita está gritando.
- ¿Escuchaste, Pepito?, ¡se inunda tu mejor piso!
Y Pepito desaparece. Me deja en el box un vaso de telgopor. Y Larvita sigue gritando,  parece que el sexto piso se inunda porque la máquina está incontrolable. La máquina vomita y las baldosas grises empiezan a sumergirse en té con leche.

            Dibujo sacado de Intenet, del sitio LadoB.

Nota de la Autora: yo también trabajé en un call-center, en Atención al Cliente de CTImóvil. Este cuento me sirvió para cerrar las heridas de haber trabajado allí, y surgió además de charlas con mi hermana elegida: Marilina García Alchurrut, música.

Nota 2 de la Autora: el formato cambia cuando se lee, no cuando yo lo trabajo desde blogger. No lo puedo cambiar. "Disculpen las molestias". :0)