Drácula está muerto

     Habíamos revisado la casa después de los ruidos del tercer piso. Mi amigo se había ido. Me dormí. La tele prendida, igual que todas las luces del living.

     Me despierto. Está todo oscuro. Entre el sueño y el aterrizaje en la vigilia aprieto el botón del velador. Sólo para darme cuenta que afuera, la tormenta del siglo y adentro no hay luz. Definitivamente no debería haber visto el documental sobre vampiros. Definitivamente no debería estar cuidando una casa tan grande. Y definitivamente no tendría que haber fumado. Sólo el inalámbrico, que no deja llamar a celulares, funciona. No recuerdo el teléfono de línea de nadie. LLamo a Mora. Mora viene. Mora se va ladrando. Llamo a Mora. Y así muchas veces. La casa de a ratos se ilumina por los relámpagos. Elijo abrir la persiana y mirar a los árboles. Fumo un cigarrillo. Podría llorar pero me mantengo alerta en el movimiento frenético de las hojas, los pocos autos iluminando la calle, la lluvia cae en Buenos Aires.

    Vuelve la luz más tarde.


       Me duermo, un poco más vieja que antes.





-Microrelato publicado en la revista Odradek-