El calor es húmedo. Los
pájaros insistentes. Cada tanto un perro. Cada tanto un puente para cruzar el
río, para seguir conociendo un territorio que por momentos parece virgen. Él se
detiene. Señala el agua. A unos metros, una piedra roja. Gigante. Nos quedamos
mirando porque está creciendo. Ya no es una piedra, es algo que se espesa y se
vuelve más alto. Crece. Ese algo indefinido ahora es una cabeza. Una cabellera roja.
Una espalda. Una mujer desnuda. Que camina sobre el agua. Lo abrazo. Corremos. Estamos
cerca del hotel. Y es justamente en esa cercanía cuando otra vez, la piedra roja
del río. Pero no es su cabellera lo que vemos, sino su cara, pálida, profundamente
bella. Se agacha y camina en cuatro patas sobre al agua en dirección a nosotros.
Trato de correr pero él me frena. Grito. Acaricio su cara y él no me mira. La mujer ya está casi sobre nosotros. Siento una puntada en mi
cabeza, pierdo el equilibrio y caigo. Lo último que veo es su mano agarrando la
mano de la mujer. Los dos me dan la espalda. Se hunden lentamente en el río.
Fotografía: Imogen Cunningham