-Cuando quieran empezamos. Dice María.
Yadmila asiente con una sonrisa y Noemí
responde señalando la luna, una moneda brillante arrojada en la inmensidad de
la noche.
Es una casa antigua, chorizo, bien de
Buenos Aires, bien en extinción, de esas con una pieza arriba. Y es justamente
en este espacio, cuadrado y pequeño, donde las paredes son blancas, el techo de
vidrio les deja ver el cielo violeta y oscuro, pincelado por las estrellas que
la ciudad permite ver. Unas esterillas enormes cubren el suelo. Hay
frutas, sahumerios, velas, poemas. Y una carta de Tarot, la número seis, llamada
Los Enamorados, donde un
joven en el centro, entre dos mujeres, una encrucijada. Ambas llevan los
colores rojo y azul. Rojo, acción. Azul, comunión con las verdades cósmicas. Una
mujer encarna la virtud, la otra el vicio. A la izquierda, la mujer que
pareciera ser más grande que él, de pelo azul, lleva una especie de tocado, tiene
su mano sobre el joven, como si quisiera advertirle de algo, la otra mano está
por debajo: es la virtud. A la derecha, una joven y bella mujer, de cabello
rubio, pareciera apoyar su mano sobre el pecho del joven: es el vicio. Arriba,
Eros, Cupido para los romanos, como el sol de la verdad, apuntando a la mujer vicio.
El joven tiene que elegir si su voluntad y poder serán para el bien común o
para su propio beneficio. Es la elección.
Están desnudas. Se conocen desde hace
más de veinte años. Los ojos son más pequeños ahora, marrones, los más oscuros
los de María y los más claros los de Yadmila. Noemí permanece con sus rulos negros
con tintes rojo, un collar de perlas negras. Yadmila con su pelo lacio, negro,
con aros en forma de árboles dorados. María con el carré de Louise Brooks y un
anillo de amatista.
María acomoda en el piso una tela
liviana, circular y con pequeñas flores rojas. Sobre ésta, un triángulo plano
de madera oscura.
Noemí trae una bandeja antigua, plateada, repleta de diversas clases de quesos, cortados en trozos. La deja ceremoniosamente cerca del triángulo. Luego prende tres velas blancas y llena tres cuencos, uno con agua, uno con tierra y uno con objetos de plata. Enciende seis velas.
Yadmila trae una caja de bronce. Se
detiene casi en el centro de la habitación y cierra los ojos, hace una
reverencia y lleva alhajero hacia su pecho.
Sobre el triángulo de madera María
prepara los utensilios. El hornito, relleno con alcohol, y los tres tenedores
largos.
Noemí sacude los almohadones azules.
Yadmila enciende un sahumerio blanco.
En la cocina, el caquelón -como le llama
María- es envuelto con una capa gruesa de margarina; luego puesto a fuego
lento; le agrega vino. Cuando está por hervir, los trozos de quesos. Mezcla
pacientemente con una cuchara de madera, haciendo un ocho. Agrega coñac.
Se sientan sobre los almohadones.
María coloca el caquelón sobre el
hornito encendido. Yadmila abre el alhajero y le da a cada una, y recibe ella,
un testículo. Están cocidos con aceite, ajo y jengibre. Las mujeres se
agarran de las manos, miran la luna y a sí mismas. Toma cada una su
tenedor, clavan los testículos y los alzan al cielo.
-Este es por el joven que amo y me
abandonó. Dice Yadmila.
-Este es por el hombre que me ama y
está casado. Dice Noemí.
-Este es por el hombre que rompió mi
corazón al morirse. Dice María.
Las tres al mismo tiempo hunden sus pinches en la mixtura de quesos. Revuelven, hacen figuras con hilos de queso, se chocan entre sí y de a poco, lentamente, degustan cada una su alimento.