“Quiero tu fealdad,
quiero tu enfermedad”
-Lady Gaga-
quiero tu enfermedad”
-Lady Gaga-
Héctor nunca había ido. Los sortilegios de la noche fueron intensos.
Terminaron en el bar Garden con Mauricio y un amigo de él, Fran. Los tres
tomaron bastante. Aspiraron cada tanto en el baño. Después bajaron y se pusieron a delirar sobre mujeres. Fran propuso ir a un departamento
donde las mujeres son costosas y no diría mucho más porque el dinero lo vale
realmente. Mauricio lo miró a Héctor con los ojos grandes y le sacó la lengua
como un réptil toma la temperatura del ambiente.
El viento les golpea la cara, suena un tema de Sabina, no ese -claro- de
“me han seguido hasta aquí tus caderas, no tu corazón”, ese lo tararea Héctor. Sabina en verdad canta con Charly García: “Es mentira”. Mauricio y
Fran haban de sus madres. El taxista cada tanto dice algo. Pero lo más
cálido es que Héctor cuenta que una vez vio a su madre masturbándose en su
cama, la de Héctor, recordaba el cuerpo de su progenitora envuelta en las sábanas
celestes, con autitos de colores, los ojos cerrados y una mano desaparecida en
su sexo. Entonces no le llamó sexo. Tenía nueve años.
Puerto Madero por las noches es frío. Aún con el río que refleja cientos de
lucecitas. Todo parecería, por debajo de ese brillo, gris y cuadrado,
intentando imitar un acercamiento a la Naturaleza, que sólo se permite una
piscina cubierta con un jardín Zen. Ser positivo, es la oración de Mauricio, Lo que sucede conviene tiene tatuado en el antebrazo izquierdo,
junto con unas rosas pequeñas y cursis.
Tocan el timbre. ¿Quién venció a La Esfinge?, dice una voz entre risas,
metálica y femenina.
Edipo, responde Mauricio.
No le gusta que sea en el piso 7, porque es un número que a Héctor le
recuerda que una vez, después de tomar vino, en Comodoro Rivadavia, con su
padre, vomitó siete veces y pensó iba a morir.
Abre la puerta una rubia bonita y bajita con un discreto vestido negro. Los
recibe con una sonrisa de dientes blancos. Señala con elegancia un sillón
verde. Antiguo. Como los que tiene Mauricio en la casa de sus padres. Se
sientan Héctor y Mauricio. Fran se aleja hacia una mesa redonda, donde la rubia
hojea una revista de predicciones astrológicas.
Fuman un cigarrillo los dos. Observan los cuadros, que son reproducciones
de pinturas de Amedeo Modigliani, siempre mujeres. Las paredes están
empapeladas de rojo oscuro. La sala es grande y sin embargo todas las ventanas
están tapadas por gruesas cortinas de terciopelo, de un rojo aún más oscuro que
las paredes. Hay unas pocas esculturas de hierro y espejos, los sillones
antiguos formando un cuadrado, invadidos cada tanto por coquetos ceniceros y
mesitas de madera oscura. La iluminación parece salida de Anna Karenina, arañas
con luces pequeñas y discretas, plateadas y candelabros tallados.
Suena el timbre. Los tres escuchan a la joven hacer la misma pregunta,
¿Quién venció a La Esfinge?, parece ser la respuesta correcta porque al rato
dos hombres llegan, la miran con ojos hambrientos, y luego se sientan frente a
ellos.
¿Quieren música, algo de tomar?- dice ella. Simultáneamente los cinco hombres niegan con la cabeza las dos cosas.
Más tarde una puerta se abre y aparecen, desfilando de a una, siete mujeres
desnudas. Se paran para ser vistas. La primera es muy delgada pero tiene tetas redondos, pelo fino y rubio castaño. La segunda es una mata de rulos violetas,
ojos verdes y curvas. La tercera, una mujer madura, de porte fino, cara
misteriosa. La cuarta una joven muy joven, de pelo resplandeciente. La quinta,
una vampiresa. La sexta es grande pero firme, de intensos ojos celestes. La
séptima -y Héctor no quiere mirarla- es más joven, que la más joven, y está
embarazada, casi sutilmente. Tanto Fran como Mauricio sienten asco por esa
chica. Héctor lo sabe, y quizás por eso la observa, es alta, armoniosa, con
pechos infantiles, el pelo hasta la cintura, tan rubio y tan liso como siempre
creyó a Heidi -aunque en la versión de dibujos japonesa, Heidi era bajita, de
pelo y ojos negros: y ésta era la única noción de Heidi que en verdad, Héctor
tenía-, blanca tan blanca y cara rosada, donde debe serlo. Héctor se levanta.
Camina despacio y seguro. Se para frente a ella. Sus ojos son los ojos más
hermosos y grandes que ha visto en su vida, celestes, chispeantes. La nariz
pequeña y debajo, los labios rosados y gruesos. La forma de su cara redonda y
filosa al llegar a su boca, muñeca alemana.
Uno de los recién llegados empieza a tocarse frente a la mujer fibrosa. Se
van juntos por un pasillo. Mauricio elige a la primera mujer, le dice: vení,
mamita, lo dice bien fuerte y los mira a todos con ojos desorbitados.
La vampiresa de melena corta y oscura, pálida, es abrazada por el otro
hombre. Lo que nunca sabrán los que estuvieron esa noche, allí, es que éste en
cuestión, robusto y de mirada serena, le pediría a la prostituta que esa
noche tan sólo durmiese, que descansase por lo que nunca había podido
descansar; y así lo haría ella; él sé iría por la mañana, después de pedirle el
desayuno y dejárselo sobre el lado intacto de la cama.
Fran se va con la belleza de rulos violeta, ojos verdes y curvas. Le mete
un dedo en el ano y se la lleva de esa manera.
En la sala vacía quedan Héctor y Anke. Ella sonríe y a él se le disparan
las mariposas como bichos que lo comen por dentro -como el insecto misterioso
que entra por la nariz y viaja hasta el cerebro, matando al portador-. Le mira
el vientre, se lo toca haciendo zigzag con suavidad. Ella sonríe, le explica en
una mezcla de español, inglés y alemán, que se llama Anke y tiene cuatro meses
de embarazo… que está contenta… Buenos Aires es muy linda. Siempre sonríe. Él
la toma de la mano y avanzan despacio por el pasillo rojo, de lámparas
delicadas.
Completamente violeta, la habitación. Las cortinas, los muebles, las
sábanas, los abrigos, el piso, las paredes, todo violeta y el techo, de un azul
marino parecido a esa noche, incluso tiene pintadas unas estrellas y un pequeño
ser alado con sus flechas y su arco. Ella pregunta si quiere que se vista con
algo. Héctor dice no y le pide que se acueste panza arriba. Obedece tiernamente
mientras él comienza a sacarse la ropa. Desnudo, con las rodillas sobre la
cama, la observa. Le toca las tetas en zigzag. Cierra los ojos. Llega hasta el
vientre, con movimientos circulares, mientras sus lenguas se chocan, se muerden
y se babean salvajemente. Le chupa los pezones como si fuera su hijo, con tanta
fuerza que imagina sentirle la leche. Se sube sobre ella, pesado, unos minutos.
Abre los ojos, la da vuelta y la penetra por la cola con dureza. Anke grita.
Héctor la sacude fuerte, tanto, que incluso puede ver las sábanas celestes, los
autitos de colores.
.pintura de amedeo modigliani.