Se choca con un hombre. Cae su
paquete y lo recoge temerosa. La calle está abarrotada y caliente, los
mercaderes infectan el aire con pescado y verduras. Camina con su paquete sobre
el pecho. Se mueve sigilosamente, se pierde en un callejón. Una puerta angosta
se abre. La mujer avanza por un corredor oscuro, otra puerta, una sala que
habrá gozado de tiempos gloriosos y ahora asoma deshabitada y polvorienta. En
un extremo hay una enorme tela, que la mujer levanta para darse paso y llegar
al otro lado. Se oye una voz fresca detrás de unas rejas. Es una niña de pelo
negro, con un vestido verde, desalineada, que saca los brazos por entre los
barrotes. Su madre abre el paquete. La niña come las entrañas de algo,
manchándose la cara, los dedos. Lanza un gemido, que retumba en la sala, y
sigue comiendo.
-
Los policías invadieron la ciudad, se dieron cuenta...
fue mucha gente, mi niña… yo no podemos cazar… hoy la luna está menguante, dios
gracias.
La pequeña, los ojos fijos en su madre. La mujer acaricia
los brazos ennegrecidos por el encierro. Llora en silencio. Reza en voz baja.
La niña observa su comida.
-
Tenès que comer lo que traje. Ser obediente lo que se
pueda… después no sè… ya vas a curarte… ¡¿qué haces?! Dejame el brazo... No…
déjame… ¡El cuello no! ¡No! ¡¡Basta, por favor!! ¡¡No!! ¡¡¡No!!!
Se oye un cuerpo caer. Se escucha a una niña
llorando. Una puerta de rejas se abre completamente y un monstruo de frágil
figura y vestido verde desaparece en la noche.