Pasaron meses hasta llegar a Júpiter. Descendimos donde
había otras naves, sin rastros de humanidad. Caminamos por las
enormes dunas, desiertas e imponentes bajo una luna violeta, gigante, y otras numerosas, rodeando. No encontramos
ningún ser humano o alienígena. Más allá del gas, por debajo la capa de arena, como serpientes esperando.
En uno de nuestros recorridos hallamos un pequeño lago. Cerca de él, un insólito bajorrelieve, casi escondido en la arena, con una secuencia de extrañas figuras, mitad pez, mitad ave.
En uno de nuestros recorridos hallamos un pequeño lago. Cerca de él, un insólito bajorrelieve, casi escondido en la arena, con una secuencia de extrañas figuras, mitad pez, mitad ave.
Los días siguientes fueron iguales: arena y más extrañeza
frente a un paisaje que sólo ofrecía silencio. Sí encontramos más bajorrelieves,
ocho en total.
Una noche desperté por unos ruidos guturales. Salí de la
nave. Una espesa niebla arrasaba la superficie. Llamé a mi familia. Nadie
respondió. Seguí caminando hasta sentir que la arena bajo mis pies se ponía
pesada, tanto, que estaba descendiendo. Lo último que vi fue el cielo
estrellado. Me encontré en un espacio reducido, oscuro y asfixiante. De repente
una lluvia de arena abrazó mis piernas, mis brazos, mi cuello y por último, mi
cabeza. A lo lejos el sonido de extrañas criaturas, defendiendo lo propio.