Dos microrelatos: una historia. Ciencia Ficción.


La mujer que espera

     Los espaciales habían llegado a 50 mundos, era lo último que Bruno le había dicho, antes de Andrómeda. Después no había vuelto a recibir noticias. Pero era casi imposible. Cualquier ser humano y no humano que pensara en saltar hasta Andrómeda iba a ser atraído por fuerzas gravitacionales que convertirían su máquina en chatarra. ¿Sería posible que Bruno y su equipo hubieran saltado a la otra galaxia, lejana Andrómeda? Se preguntaba mientras cortaba verdura para los animales y observaba desde la ventana el afuera. En estos años la Tierra había cambiado mucho.  Para ellos y para los otros. Para sí misma.
     Terminó las tareas cuando ya era la tarde.  Se sentó en la entrada de la casa y pensó en él. Como lo hacía desde la última vez que se vieron, en la misma entrada, despidiéndose, ocultos en el amor y  en el silencio de una tierra verde y lejana al pueblo.  Volvió adentro.
     Alguien  golpeó la puerta. Se levantó. Un hombre de estatura baja y bigote gris dijo ser capitán de la Guardia Galáctica. Traía noticias de la nave Pequeña Sirena.
     Ofreció un café que el capitán no aceptó. Lo escuchó expectante. Habían encontrado restos de la nave en una franja de selva en Argentina. No había pistas de sus ocupantes y los registros de la nave indicaban que habían intentado saltar hasta Andrómeda. Ella quedó en silencio, los ojos húmedos. El capitán se paró y dijo que había otro motivo para su visita. Sabía que el Dr. Bruno Belastegui había realizado experimentos que desafiaban las reglas de la Tierra, sobre todo ahora, que a partir de la experiencia de los 50 mundos la humanidad ya no quería humanoides con las características que Ud. tiene, dijo el capitán. Ella no lo miró. Se levantó de la silla y se dirigió a la cocina. El capitán la siguió. Supo qué crimen estaba pensando el capitán, por eso le fue fácil convertir su mano en revólver y darle al hombre. Nadie escuchó el disparo. Pero sabía: ahora sería peligroso quedarse.
     Unas horas más tarde, envuelta en telas y turbante, atravesaba otra franja enorme de tierra deshabitada. Argentina y la selva no quedaban tan lejos para una mujer, como ella.



Andrómeda

     Amanecimos bajo un sol nuevo, que dibujaba arabescos en una tierra de hielo, desconocida, donde las montañas blancas y mudas mostraban su grandeza. No sabíamos cómo, pero en el último salto habíamos logrado arribar a una estrella, convirtiéndonos en los primeros seres humanos en llegar a la otra galaxia, la lejana Andrómeda. Había restos de Pequeña Sirena sobre la nieve, faltaban tres miembros de la tripulación. Éramos sólo Esteban, Carlos y yo.
     Pasamos la noche. Al igual que en la Tierra, una luna brillante, pero era dorada. Dormí pensando en mi mujer y soñé, también, con ella.
     Otra vez el sol, la inmensidad blanca. Caminamos horas, aunque en ese extraño mundo nadie sabía de qué forma era el tiempo. Escalamos con dificultad. Tuvimos que hacer varias paradas y alimentarnos con las píldoras que había diseñado, una por día. Así estuvimos veinte días entre la nieve y la altura, la profundidad que enseñaban las rutas y el viento helado. Hasta que empezamos a ver a la distancia nuevas montañas, pero estas eran de color negro. Al acercarnos la nieve desaparecía y presentaba a la tierra. Más allá, los primeros árboles. Tan altos como nadie ha visto, de colores brillantes, verdes, violetas, rojos y celestes. Los primeros animales que vimos eran pájaros, parecidos a los de la Tierra pero tres veces mayor su tamaño. ¡Vimos agua! Lagos de agua transparente, piedras, sapos extraños. Seguimos recorriendo… Y más allá: una extraña construcción de piedra con una chimenea de donde salía un humo violáceo.
     Golpeamos una puerta de madera. Para nuestro asombro, una voz reconocible nos dijo que ya abriría. Cuando la puerta se abrió, un hombre pequeñito y calvo apareció.
     Ahora escribo este relato. Hace cuarenta años que no regreso a la Tierra. Quise regresar por ella, regresar para traerla a este mundo donde no existe la violencia ni la propiedad privada, tierra donde se envejece lentamente. Todavía quiero hacerlo, pero no puedo volver, aún, a la mujer que espera por mí.




Microrelatos escritos y publicados para el tema propuesto por la Revista Digital MiNatura -de Ciencia Ficción y Fantasía-: el Universo Asimov.