El alumbramiento

Se despertó con un calambre en la pierna izquierda. Se sintió más pesado. Cepilló sus dientes. El espejo reflejó su cara redonda y roja, aún ensimismada en el sueño, quizá por eso no le resultó extraño, una voz infantil que dijo “hola”. Regresó a la cama. 
El dolor lo impulsó a abrir los ojos. Refregó sus manos sobre sus testículos. Demasiado esponjoso. Demasiado peludo. Se levantó. Buscó el espejo alargado. Se sostuvo la panza. Entrecerrando los ojos, como quien busca una pista, descubrió una mata de pelos marrón oscuro. Se agachó. Era una mata lisa, perfectamente delimitada de su pelo negro y enrulado. “Hola”, se escuchó. Se agachó más. Un pequeño osito de peluche, del tamaño de un dedal, acomodado entre sus huevos, lo saludaba alegremente.