Alison not dead

Se murió Alicia. Tía Alicia. Tenía 58 años. Estaba casada desde siempre con Quique, el abogado.

No me gustan los velorios, los féretros, la procesión absurda, el primo merquero, la prima depresiva y en el bolsillo las gotas de Clonazepan. Y donde mires, a veces, algunas, lagrimas de cocodrilo. No sé a quién se le ocurrió, no me imagino un cocodrilo llorando, como tampoco me imagino un cocodrilo borracho como era mi tía Alicia.

Una vez, estábamos las dos solas en su casa de Villa Urquiza. Yo tendría catorce. La perra de mi tía, cuarenta días. Mirábamos en la cocina una de esas películas de Hallmark, donde la madre busca al hijo perdido hace años y lo encuentra ya grande y no sabe que es el hijo y es lindísimo y está a punto de comerle la boca y entonces… la propaganda de Mr. Músculo. Estábamos en la cocina, con un vino Termidor y una cerveza negra que duró un estornudo. Y otra vez la propaganda y mi tía se levanta de la silla, cierra los puños, se pone a llorar a los gritos. Y yo que la miro en silencio, sin moverme. Agarro a la perra que empieza a ladrar. Mi tía sigue llorando hasta que vuelve a sentarse. Se tapa la cara con las manos. Se ríe. Nunca me rompieron el culo, me dice, y se ríe, y yo me río con ella, y le contestó que a mí tampoco, y ella dice que va a morirse sin que le rompan el culo. Y nos reímos, y el vino sigue desvaneciéndose como ese recuerdo, como esa noche, como este día, hoy, que papá me llamó para decirme que se murió Alicia. Tía Alicia.


Fotografía: Imogen Cunningham