No tengo tiempo ahora, más tarde puedo; dijo. Con
su roja belleza y los ojos verdes, inquietos. La voz gastada por los mates y
Cristina, la secretaria, que nunca para de decir lo que se debería hacer.
Daniela me miró, como mira el fondo de pantalla de su computadora, cerros de
selva y casas contadas, en esa foto, como ella, Daniela, cuenta los minutos
para irse. Más tarde, vuelve a decir.
Enciendo un cigarrillo. Desde esta ventana la
Avenida Alem es un carnaval de formas y movimientos. En este instante
tengo el tiempo del mundo para observar los peatones, las líneas blancas que
dividen el impulso de los autos, los árboles atolondrados por el ruido, también
por la elegancia de Buenos Aires, su polaridad de torres y acero frente a los
edificios antiguos, con molduras de flores, a veces figuras humanas, a veces
animales, saliendo de sus paredes.
En la Dirección nadie sabe desde cuándo
está la puerta. Un día apareció en el patio. Azul. Pequeña. Apareció igual que
los expedientes, que luego se acumulan sobre el escritorio de Bermúdez. Bermúdez
duerme siesta de tres a cuatro. Nos damos cuenta por sus zapatos, cambia los
grises por los marrones. Ni siquiera él sabe cómo ni porqué apareció la puerta.
Hace frío. Siento el olor a microondas y soltería
de Miriam. Siento las carcajadas de Noelia porque otra vez se le cayó el termo.
Los pasos de Francisco buscando por los tachos papel, sin que nadie haya
descubierto por qué lo junta.
El piso descolorido del patio, los restos de la
lluvia y la escupida de una baldosa justo en mi pantalón verde. Entra Arena
para mostrarle al chico nuevo la puerta. El chico nuevo la observa sin mucho
entusiasmo. Martita, cincuenta años de ministerio, habla de una mujer
misteriosa y dos hombres, que nadie ha visto y seguramente nadie verá. Los
hombres sonríen y se alejan elegantemente, Martita sola, cantando un tango de
Tita Merello. Yo. Mi cigarrillo. El patio y una pequeña puerta azul que nunca
abre y que nadie sabe hacia donde desemboca.
Vanesa no sabe a ciencia cierta la historia de la
puerta. Pero sí supo que me había acostado con Mercedes. Más tarde lo supo toda
la dirección. Mercedes pidió un pase y se fue a Misiones. Yo me quedé en Buenos
Aires con un pañuelo celeste, femenino y perpetuo.
El jefe llega, un metro cincuenta centímetros de
oscuridad, saco apretado con un botón que quizá dispare hacia la boca de su
secretaria o de cualquiera que sueñe o que piense en algo más que en
estrategias. A él nunca le preguntaría por la puerta azul del patio.
Florencia me dijo: no me parece, y se fue
taconeando hacia el piso del Ministro, con el cable de Telam como un tesoro
recién descubierto de las profundidades del océano. A mí sí me pareció ponerle dulce
en el teclado, reírme de sus zapateos en búsqueda de veneno, para tantas
hormigas y tantos contactos en una agenda que nunca presta. No creo que
Florencia tenga las respuestas de la puerta y de tenerlas, sólo las sabría el
jefe.
Con Pablo no tuve mejor suerte pero disfruté sus
conocimientos sobre Pink Floyd. Campana
tampoco sabía. Nico no vino porque, seguramente, estaba demasiado fumado y
demasiado consciente para venir al trabajo.
Esa tarde fumé un porro en la
Plaza Roma, sentado bajo un ombú gigantesco. Más tarde regrese a la
pequeña puerta azul, y como otras veces, traté de abrirla. Miré a través de la
cerradura pero nada puede verse. Quizá se preserva frente a los empleados
estatales, quizá se preserva frente a cualquier humano. Quizá del otro lado los
seres con los que siempre hemos soñado, sirenas, duendes, centauros. Todo es
una pregunta, una especulación.
Así pasan los días. Claudia
buscando mendigos para ayudar en su barrio, haciendo la vista gorda a las ocho
horas frente al teclado, una vista gorda que trabaja incansablemente. Analía
yendo y viniendo, con la sonrisa pegada, asistente del jefe. Valeria como un
potus brillante, oculto tras un armario. Yo redactando contenidos para la
Web. Siempre sin el tiempo entre todos, entre pocos, entre algunos, el
tiempo merecido para hablar sobre la puerta.
Así llegó otro verano. Belén tuvo otro hijo y se
fue a vivir a Lobos. A Rodo se le cayó bastante el pelo. El jefe dividió las
áreas de Prensa y Comunicaciones en dos sectores, en uno las ventanas, los más
queridos, en el otro, los casi jubilados y los más chicos. Nuevas convocatorias
de medios. Inspecciones, conflictos, paritarias. Nuevos paros de ATE a los que
nadie salvo el delegado y una chica se adhirieron. La chica pasó a
disponibilidad hace meses. Más tarde aparecieron caras jóvenes en el sindicato,
pidiendo renovación de representantes. Las áreas de Diseño y Estilo Editorial
son otro tema, con su propio acontecer de días, chistes y peleas. Los chicos de
Diseño están más aislados, quizá por eso se juntan a cenar todos los viernes. Apareció
un nuevo coordinador, una periodista, una prima del director y una chica que
participó de Gran Hermano 2007. Y un día, sin que nadie sepa, sin que nadie
encuentre el tiempo para decir o discutir o delirarse, un día la pequeña puerta
azul del patio desapareció.