Hombre Picor

Podrán pensar que su poder es inútil. El superhéroe cuya arma es el picor. Breve. Pero lo justo para un ataque efectivo. Picor en los testículos o la vagina. Tan intenso que el villano pierde consciencia y movimiento, es la frenética necesidad de rascarse. Y el Hombre-Picor rescata al empleado de la tienda, a la dama, al anciano, al perro. Podrán reírse de su atuendo ajustado. Color piel. Cuello de media polera. Una P gigantesca y negra en el pecho. Botas más allá de las rodillas, negras y peludas. Durante el día, al igual que Superman, es periodista. Pero no lleva anteojos. Sin embargo, cuando la justicia lo reclama y deja de ser Alan para transformarse en Hombre-Picor, nadie puede reconocerlo. Tal vez se trate de un poder oculto. Nadie lo sabe. 

La noche se come a Buenos Aires. 

Alan escucha la música de un Dj novato, que sin embargo, pincha con dos vinilos y un mizer. Estalla en dedos como tentáculos. Desde hace media hora, el joven transpira con la velocidad de un estornudo. Sus gestos son extraños, incómodos. No observa más allá de sus bandejas, perillas, botones. Alan siente, baila. Es la música sideral, elegante, capaz de traer imágenes, una serpiente con alas, el pico de una montaña embriagado de nieve, David Bowie en Marte, un Pac-Pan amante de la música clásica, la llegada a Lalaland y el despertar de Marilyn Monroe, entre tantas. Son ojos cerrados y células voraces por más, un estallido, un agujero negro comiéndose las luces, el boliche, la mente. 

Alan percibe. A pesar de la distancia. Ese joven esconde algo. No puede aún identificar qué, pero su sentido innato justiciero lo obliga a acercarse. Así lo hace. Sigiloso entre el público. Pasaron cuarenta minutos. La gestualidad del Dj empeora, como el lenguaje de su cuerpo. Sin embargo, su obra sigue latiendo con el mismo talento que antes. Cada vez Alan está más cerca. Tanto que el Dj lo mira de frente, con ojos de drama. Son pocos escalones. Suficientes las palabras. ¿Cómo te ayudo? El joven con voz histérica le dice: me estoy cagando. 

Alan sabe que el baño debe estar abarrotado. Entonces el vip, un sillón gigantesco apoyado en la nada. Donde dos hombres asienten con la cabeza y mueven las manos formando círculos. Se escabulle para entrar, se escabulle para su transformación, detrás del sofá. 

Hombre-Picor a la acción. No será fácil. Causará su propio dolor, pero el joven Dj lo vale. Cinco, diez, quince minutos. La agonía se vuelve más fuerte. Siente sus piernas quemar, en una hoguera que va atravesando cada músculo hasta la cabeza. Y cuando ya el dolor parece consumirlo, la liberación, el super poder expansivo, como un Júpiter benéfico, cada mujer, cada hombre, comienza a rascarse, a doblarse, a aullar. Pero esta vez no será por poco tiempo, sino el necesario para que el joven pueda escapar. Tal vez un set completo. El super poder ahora parece ajeno a Hombre-Picor, pues sigue su propio crecimiento y cauce. Cuando termine, el boliche quedará vacío e inexplicable. El joven Dj será victorioso, en su huida y en su baño.