Juan y los dedos

El humo espeso en el patio. Adentro, el ruido de combinaciones. Algún que otro ganador. La promesa de un auto o miles de pesos. Vasos llenándose o agotándose. Filas en las cajas. Vestimentas con brillo. Pequeñas carteras. Camisas elegantes. Promociones en cenas. Un show que comenzará en pocas horas. A nadie le importa. Tres pisos que alojan cientos de tragamonedas. Y otros juegos reservados a unos pocos. Día y noche dan lo mismo. Los relojes enloquecen a la par de cada jugador. Aunque se llaman Tragamonedas, los concurrentes del casino intentan. 

Magios, como se hace llamar, tanto en los casino virtuales como en los casino reales, tiene suerte. En uno y otro espacio. Le gusta hablar con simpatía y encanto, además de algunas expresiones del inglés. Siente que le da estilo, una peculiaridad que sólo los que tienen apellido añejo pueden llevar. Juan siempre es el divo de cualquier casino. Juan es famoso, con numerosos seguidores que lo adulan. 

En este escenario real, camina con una copa en la mano y un anillo que brilla como la estrella de Belén. Su paso es lento y solemne. Sonríe a todo lo que se mueve, incluso a lo inanimado. Saluda apenas. Explica a los novatos de qué va. También la recomendación del casino virtual donde es un líder popular, de avatar pictórico, aunque no sabe el nombre ni el autor de la pintura elegida.

Le invade el aburrimiento. Luego, la ansiedad. Se sienta en la misma máquina tragamonedas de siempre. Aquellas que respetan la antigua estética, los siete, los bar, bar, bar. El ticket de $2000 pesos en el lector. La magia del crédito en la pantalla. Ya van cincuenta tiros sin suerte. La sorpresa se une a la bronca. Pero en el próximo tiro: siete, siete, siete en la línea de pago. Ya no existen monedas, aún así permanecen las cuencas metálicas donde tiempo atrás caían las ganancias. Juan gana. Siente que algo cae. Un sonido extraño, como débiles aplausos. Al mirar, son dedos. Que van llenando todo, que van rebalsando. Mientras la gente mira. Lejana y con asco. Juan no entiende, a Juan le da vergüenza. Y tal vez creeríamos que no jugará más. Pero lo cierto es que no volverá a pisar un casino real. Siempre será la estrella de los casinos virtuales.