Fantástica


     La primera vez que la vi creí que era la marihuana o el clonazepan. Si Rafaela Carrá apareciera ahora tendría muchos años o mucho plástico, pero difícilmente las piernas de la Rafaela Carrá que ante mí aparecía ciertas noches. En un body de lentejuelas plateadas. Y la música de Fiesta, como si yo fuera el protagonista de una película de Sandro, una orquesta irrumpe en la calle silenciosa y desierta, una orquesta invisible acompaña mientras ella canta y baila con su corta melena rubia. Canta y baila para mí.
     Yo no sueño con Rafaela Carrá pero la encuentro ciertas noches. Quisiera que aparezca en el trabajo y la jornada se volviese una comedia musical, todos bailando sobre los escritorios, a veces en pareja, a veces en grupo, para quemar cualquier indiferencia que la plusvalía y la verticalidad configuran. Quisiera que aparezca en el colectivo, en el subte, para desterrar los celulares, las caras de calor y lejanía. En Corrientes y 9 de julio para que el baile sea la única velocidad y su brillo, la única necesidad. Quisiera ver a la gente bailar, no estoy loco, no alucino, es ella, Rafaela Carrá.
     Esta vez quiero hablarle. Bailo como si mi vida dependiese de mis pasos. Me acerco lentamente y le digo que me encanta. La canción ha terminado. Enciende un cigarrillo, dibuja círculos de humo desde una boca profundamente rosa. Gracias por venir, Rafaela, es muy lindo para mí. Me mira con los ojos bien abiertos. ¿Tomamos un café? Nuestras caras están muy cerca. Más cerca. Su lengua es revoltosa. Cada tanto siento sus dientes y gusto a frutilla. Sus pechos parecen inconmensurables igual que su cola. ¿Tomamos un café? Sonríe otra vez y me da la espalda. Camina despacio, entre los autos y los umbrales, los astros y mi soledad. Se transforma en un punto plateado.
     Esa fue la última vez que la vi. Rafaela, fantástica, fantástica mi Rafaela.