Yanela Ludmila Medina fue asesinada a los once años. Fue
encontrada en un arroyo de Berazategui. Había sido violada, atada con alambres.
Sus asesinos fueron cuatro jóvenes, que vivían en la calle.
Yanela también vivía en la calle. Había dejado a sus
hermanos el 23 de febrero, para irse con una amiga. Después a Capital, después a
un corso en Florencio Varela; y más tarde en la costa quilmeña, junto al grupo
de chicos. Allí pasó. Allí venció el desprecio por la vida. En esos casos, despreciar
a otro es despreciarse a sí mismo. Cómo no hacerlo. Esos pibes y pibas crecen
en el rechazo de un afuera colmado de odio. Ellos no pueden ser
su ropa o su auto o su belleza o su acumulación de conocimientos y tampoco pueden ser
su sabiduría, su despertar, el mar y el bosque: ellos simplemente no pueden
porque otros, esos pocos, pueden con todos.
Yanela no es sólo un nombre, es una semilla violeta y
celeste, que apuñaló el sistema. Yanela fue asesinada desde que fue concebida,
porque sus padres fueron asesinados y sus abuelos. Porque los victimarios y las
víctimas son hijos del hambre y de la indiferencia.
¡Porque vamos, dale! ¡Vamos a cambiarnos a nosotros mismos
para cambiar al mundo!