¡Qué los cumplas, feliz!, ¡qué los cumplas feliz!

¡Qué los cumplas feliz!, ¡qué los cumplas feliz!, ¡que los cumplas, Federico!, ¡qué los cumplas feliz! Sopla. La llama se apaga como en un ritual cortado. Nadie lo sabe. Tres deseos que jamás se revelan. Serán vulgares, serán nobles. Nadie lo sabe. Serán para un pequeño de ocho años. Que puede soñar con astronautas y que el ratón Mickey vive en el castillo. Diez chicos ahora, entre una torta que parecería la torre de Babel. Azul, como se debe cuando es nene, así piensa la mamá. Que sea rosa, piensa la tía. Bocas pintadas de crema azul. Durazno. Dulce de leche. Lo exacto para que nadie se atreva a seguir comiendo. 

El salón de fiestas luce vacío. A pesar de las pelotas, los caballitos de plásticos, un triste ilusionista que sueña con ser Mago. La dueña es ágil con los horarios. Falta media hora, que le indica a la madre, tomándola del hombro, con ternura e hipocresía. Le recuerda que aún espera la enorme piñata. Quizá lo más costoso de la fiesta. A pesar, de las guirnaldas coloridas, dibujos de Disney mal copiados. La Sirenita Ariel ha perdido belleza y la cola verde, es violeta. Pisos de goma por si un accidente. En amarillo y rojo. Rojo. Nadie parece tampoco saber de colores. 

¡Happy birthday to you, Mr. President!, canta el tío, asemejando en gestos y movimientos a Marilyn Monroe. Después de cinco cervezas negras, podría cantar el arroz con leche en ruso. Y comienza a cantarlo en español. Su hermana lo observa, pensando en una canción condena. No sé hace arroz con leche, no me quiero casar, no soy de San Nicolás, no sé coser, no sé bordar, sólo sé abrir la puerta para ir a jugar. No ríe ninguna madre. Todas están casadas y sabrán hacer postres y camisas sin defectos.

La piñata. Llegó la piñata. Saltan los chicos. Salta el cumpleañero. Se abrazan. Algunos patean, algunos explotan los globos. Por inercia, por diversión, para asustar a los grandes. Que se asustan por ello, pero no por las ambulancias que cada media hora suenan, inundándolo todo. 

¡A las tres, a las dos, a la una…! La vara es huidiza. Hasta que consigue quebrar la piñata. Gritos. Alegría. De nenes, de madres, de solteras, de borrachos. Algo cae, ese algo es solamente eso: un algo. Solitario, haciendo ruidos salvajes sobre el piso. Un hombre del tamaño de un brazo ríe. Su cara está pintada de blanco. Ojos como diamantes pintados de verde oscuro, de bosque tenebroso donde no habitan las hadas. La boca es inconmensurable, dibuja una sonrisa peligrosa y a la vez, fría. Las cejas, también rojas. Ríe. Ríe. Ríe. Escondiendo algo entre las manos, con piernas firmes. ¡Se cumplió mi deseo!, ¡se cumplió mi deseo!, grita el cumpleañero. ¡Yo quería conocer al Guasón, mamá, yo quería conocer al Guasón!