El cajoncito

Es un departamento temporario. Hace una semana que estoy aquí. Noches de hocico blanco. Y de Speed con Vodka. Gafas negras para que el mundo no me atraviese al salir. Por la mañana. Me gusta dormir poco y amanecer entre neuronas que conectan información que nunca hubiese creído. Siempre solo. Hay monólogos incapaces de compartir. Hay monólogos que no estoy dispuesto a compartir. 

Un mueble añejo, parecido a los que habitaban la casa de mi abuela. Por primera vez, lo observo. No sé qué madera. Un color oscuro y brillante. Me doy cuenta que a veces oigo música. Siempre supongo que es la mía. Electrónica y La Sopa. El mueble tiene un pequeño cajón. Parece de escuela. Me río, repetí dos grados. Me aburría. Tiene herradura para llave. 

Escarbo en cada rincón, cada profundidad, sin dados al azar que espero. 

El departamento no es tan grande, pero sí ahora el misterio del pequeño cajón. Placares, cajones, estantes, alacenas, mesas de luz. Nada. Ya no sé si esperar o rendirme a mi suerte de bandera blanca. 

Voy al baño. Recuerdo el espejo. Lo abro. Encuentro una llave. Minúscula. Entre jabones y pastas dentales. No la había visto antes. En verdad, por la noche no veo más que los casinos virtuales y mis conexiones neuronales. Veloces, aunque no hay quien pueda aseverarlo. 

El cajón listo para la pequeña llave. Mis dedos preparados en tres, dos, uno. Me gusta correr. Me gusta perseguirme a mí mismo para nunca encontrarme. Soy hábil. Cuesta abrir, tanto que mis manos exigen liberación. Les hago caso por un rato. Y otra línea para la aventura. 

Abro la boca como vampiro. No parecen duendes, no parecen pitufos. Son siete. Entonces, conexión infantil. Sabio, Mocoso; que ha de estar peor que yo, Mudito, Gruñon; que no me asusta, Feliz; como si también hubiese tomado, Dormilón; como si ya fuese de día y Tímido; el que nunca tomó. Los enanitos de Blancanieves. No entiendo cómo recuerdo sus nombres o si lo entiendo. 

Bailan al canto de Ai jo, ai jo, aunque dicen que es Ay Ho o Heigh-Ho, para mí puede puede ser Hip Hop, Ahí va, Tomá, llamá al Same Psiquiátrico. Todos me parecen simplemente feos. Abro más el cajón, tal vez Blancanieves se oculta. Pero no. Blancanieves debe seguir durmiendo en la promesa de su príncipe azul, violeta, negro o qué se yo con la cabeza del gran Walt Disney. 

Cambian la canción. Y sí, es momento del Same. Bob Marley, “Satisfy my soul”. Me miran de frente. Los seis. Sabio enseña su espalda en un gesto que reconozco, esos gestos de mi padre cada vez que mis pupilas gigantescas no tenían escondite. “Me siento feliz por dentro, todo el tiempo”. Están bailando para mí. Están cantando para mí. Y no llamaré a los amigos que no tengo ni a una ambulancia. Cantamos los seis. Mocoso hurga su nariz todo el tiempo. Le ofrezco un pequeño papel, que toma, mirándome a los ojos. Tímido no para enviarme picos. Dormilón está, ostensiblemente, por quedar dormido con los labios atentos a la canción. Feliz es feliz dando vueltas, moviendo las caderas y las manos hacia arriba. Mudito me señala. Sí, me señala. Gruñón me sonríe con ojos decididos, una sonrisa gorda. Correspondo, en este momento, los siete enanitos satisfacen mi Alma.