Único

Es el primero. Quizá el único. Esperado durante toda la noche. Desde su entrada la fiesta fue otra. Vertiginosa y expectante. Lunática. En cámara lenta, cada vez que mi mirada correspondía con la suya. Una desconocida capaz de lograr que mi sangre galope. Una boca pequeña, precisa para la mía. Tal vez suave, como la imagino. Violeta, al igual que la capa del Hermitaño del Tarot Marsellés, color de transmutación. La que busco después de besarla. Aunque sea una idiota o la mujer de mi vida. Nunca anhelé tanto una boca como la de ella. El miedo en cada costado, los nervios carcomiendo mi autoestima. Pero siento fe en mi discurso. La capacidad de lograr aquello que me propongo. Tartamudeando o no. Con un nuevo tic. Con un hilo de baba impactando sobre mi barba. Me acerco. En pasos que darían gracia a un hombre en zancos. Despacio como una araña, observando con ocho ojos, la presa que en unos minutos será cena. La gente se parece a conos amarillos que debo sortear para llegar. Ahora se trata de su espalda. Sale. La pierdo. Donde el murmullo de los participantes pierde ritmo y fuerza. El balcón está desierto, será discreto al igual que Marte, la estrella roja arrojada al cielo. Planeta de avance, conquista. Impulso sexual. El mismo que me otorga la confianza para tocar su hombro. Y lo toco. El azul profundo que nos envuelve se volvió rojo. Así observo todo. Aunque me importa su cara solamente en este momento. O mejor dicho, sus labios. Sus pequeños dientes. La sonrisa que recibo como un revólver, el disparo que espero, el humo que será la estela del cometa que impacte sobre mis bosques. Que todo lo destruya con fuego y voracidad. No alcanzo a hablar. Sus manos se inyectan en mis cachetes. Ella es de Marte. Yo soy de Venus. Atraigo. Abro. Caigo en el abismo de la mujer que me arrasa. Lengua áspera. Extraña. Da círculos que me lastiman. Crece. Está creciendo. Apenas cabe en mí. Quema. La transformación le corresponde. Ventosas. Pequeños filos que me doy cuenta por el gusto, estoy tragando mi sangre. No se detiene. No hay tregüa. Bandera blanca para terminar con el beso que me destruye. No tengo retorno. Mi carne se desgaja. Eterno el beso y la agonía.