Inteligencia

Era una lámpara común. Inteligente le llaman. Con un control remoto, cuyo botón permite no salir de la cama para apagar la luz. Inteligente como una calle abarrotada de negocios y torres sin alma ni peculiaridad. La lámpara de la habitación es parte del alquiler, intenta hacerme creer que estoy en mi casa. Fellini, el director italiano, en la película Amarcord fue claro: “…mi abuelo era albañil, mi padre fue albañil, y albañil también soy yo; pero mi casa, ¿dónde está?..”. No soy albañil, tampoco accionista de una multinacional. 

Llego de mi jornada con el cansancio de un zombie hambriento desde hace años. La cama refugia y prepara para las revelaciones que el sueño ofrece. La lámpara y su control me vuelven vago como un débil Saturno astrológico, el sabio anciano, que pierde la disciplina y el orden. 

Aprieto el botón. La luz sigue encendida. Las paredes son otras. La imagen de cada una me hacen creer o me hacen estar en la superficie de la Luna. No soy astrónomo ni astrólogo, pero amo a Carl Sagan y su Cosmos. Algo he aprendido. Mis mejores sueños han sido en planetas. Donde me siento en un delirio de belleza y respeto por el Creador. 

Estoy en la Luna, despierto y consciente. Sus cráteres me observan, la superficie gris que han pisado pocos hombres. Brechas y cuencas misteriosas. Luna bondadosa en su gesto de mostrarse a todos. Pero yo estoy más cerca que cualquier ser humano en este momento. Mi Luna en Sagitario, revelada por mi Carta Natal, se expande y sostiene que la flecha debe apuntar al firmamento. 

Cambian las paredes. Mercurio, pequeño. El más cercano al sol. Estoy en su lado iluminado. Recibo también cráteres, dibujados en vastedad y armonía. Algunos con más intensidad que la superficie lunar. Su cuenca, llamada Caloris, provoca vértigo. Mercurio era Hermes para los griegos, dios de la comunicación, el intercambio, veloz e inteligente, protector de comerciantes y bandidos, aquel que a veces cumplía las encomiendas más difíciles que los dioses querían. 

Rápidamente, ahora, me doy cuenta: estoy en Venus ardiendo. Llamas y montañas. Volcanes y lava antigua. Nada puede impactar en la sequedad y el calor de este planeta. Aún así, me resulta bello. Siento pasión en cada una de sus llamas. 

En la Tierra sólo se me muestran selvas, desiertos y agua. La vida nació acuática. La Tierra respira a la distancia justa del Sol, con su satélite vital, en un brazo, de tantos, de la Vía Láctea. Giramos, se especula, alrededor de un agujero negro. Somos un enigma que nadie puede resolver, pero, para quienes creemos, es custodiado por el Ojo de la Providencia, el Ojo de Dios que todo lo ve. 

Rojo marciano. Una tormenta impide respirar. No veo con claridad durante unos minutos. Es un desierto. Profundo y movedizo. Veo rocas, grietas. Soy Aries. Marte es mi planeta. La conquista y el avance, como el viento solitario y poderoso. Digno de un guerrero. 

En un instante el escenario es completamente diferente. Los planetas rocosos se han ido, es el momento de algo indefinible. El mayor, el benéfico. Júpiter, de helio e hidrógeno. Nubes. Mayor que la Tierra, tal vez once veces. La magia de la lámpara inteligente impide que muera aplastado en la piel de Zeus, otro de sus nombres, al menos para los griegos. Es original con su gigantesca mancha roja. Soy dirigido hasta una aurora. La reconozco sin haber visto jamás una en mi propio hogar. Satélites por doquier, me detengo en la magnética Europa. Completamente de hielo. Es probable que sus aguas oculten vida. 

Me enfrento a Saturno, que me contradice para afirmar que no ha perdido orden, así lo demuestra la armonía de sus anillos. Inconmensurables en comparación a los de Júpiter, conformados por agua gélida. Son cuatro los cuerpos celestes con anillos: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Saturno, descubierto por Galileo Galilei. Custodiado por una gran cantidad de satélites. 

Cielo profundo, abismal. Llego a Urano. Pincelado por verde y azul que se combinan en una paleta simétrica, los colores se desgastan hasta una peculiar unión. Excéntrico, tanto en Astronomía como en Astrología. Con su eje inclinado parece viajar casi acostado. Para el lenguaje de los astros, se lo conoce esencialmente como el gran revolucionario, la mente abstracta, el genio en soledad. 

Gas y vientos enérgicos. Siento estar parado sobre nubes tan veloces que pierdo la estabilidad. Se trata de Neptuno. Tan lejos del Sol, tan poco brillo que sin embargo no le quita misterio ni particular fulgor. Quizá por la sutilidad de sus anillos. Una tormenta más. Piel, si podría decir, de gas. Hielo. Lo veo azulado. Quizá por su nombre, Neptuno, Poseidón, el dios griego de las aguas. 

Plutón, el último astro. No se considera en la actualidad un planeta. Es pequeño, al igual que sus pocos satélites. Planeta enano. Pero el más poderoso en la Astrología, dios que lleva a la profundidad, el reto desgarrador y luego la transformación, si se elige, para regresar a la superficie con la perla. No comprendo su color, me cuesta identificarlo. Gris, plateado, no lo sé. Simplemente, no sé. A esta altura vivo en un lsd constante. No hay miedo sino fascinación. 

Quiero seguir. Pero la lámpara no lo permite o considera que es suficiente. Aprieto el botón una y otra vez. Pero las mismas paredes blancas, el escritorio, la cama, el placard. Inquieto me pregunto si volveré. 

Celebro, la lámpara verdaderamente es inteligente.