Te estamos llamando, queremos jugar



Gris y frío. Salvo los tentáculos. La cadena de montaje es angosta, pero suficiente para albergar las camillas, también grises también frías. Las mujeres están anestesiadas y desnudas. Acostadas sobre el metal y un pequeño almohadón rectangular, peludo y rosado que les sostiene la cabeza, la cofia blanca. Todas se parecen bastante, sus cuerpos se parecen. Son cortas y delgadas, de aspecto varonil. La piel dorada. Los labios gruesos y las cejas perfectamente delineadas. Están elevadas porque sus colas son abultadas y perfectamente redondas. A medida que avanzan en sus camillas son tocadas, cortadas, succionadas en diferentes partes de su pecho y, esto es lo que lleva más tiempo: sus caras. Abierta la piel, viscoso y rosado, instrumentos semejantes a los del dentista, y arriba, bien arriba, los tentáculos, no sé hasta dónde llegan, no puedo verlos en su nacimiento, en la monstruosidad que los contiene, pero sí puedo oler su nauseabunda energía, el verde oscuro, el negro, los círculos de una carne que desconozco pero que es capaz de ser una ventosa que se pega sobre las caras, los pechos que ahora son globos  circulares, la garganta y el tercer ojo, dejando un rastro negruzco. Pinzas que insertan bajo la piel pedazos de plástico suave, agujas con un líquido amarillento incrustándose en las orejas. Sierras que afinan huesos. Otra máquina cose con hilo canela. Otra máquina limpia la sangre. Un vaporizador impregna los cuerpos de una fragancia dulce y pesada. Luego, las mujeres son llevadas en sus camillas a una gran habitación. Amplia, de paredes rosadas y marcos dorados. Monitoreadas por médicos y enfermeras, que constantemente ponen toallitas húmedas sobre los pocos espacios naturales que quedan en las caras, en los pechos, en las rodillas y las cinturas y algunos mentones. Tiempo más tarde, esos mismos tentáculos que me han aterrorizado reaparecen brevemente, llevan espejos de mano salidos de un cuento de Blancanieves, y las mujeres, que han sido despojadas de sus vendajes, abren los ojos y se miran. Cuando salen, cuando las observo, me doy cuenta que se han transformado en una misma, única mujer.