Escucho sin escuchar un sonido débil, como
un aleteo hambriento. Abro. Miro hacia abajo. Un pequeño pez, sin aletas, con
cola. Horrible al igual que una jauría en cabeza de fama y fortuna. Lo llevo a
mis manos. El agua come la pileta del baño. El pez revolotea. Lo percibo
tranquilo. Regalo de un vecino con humor de sátiro, cuernos y pezuñas.
Golpean. Abierta mi puerta. Leyendo
trucos de ilusionista con suerte de paloma blanca. Esta vez, algo camina con
seriedad, pegajoso y despierto. Luce como un pez sin serlo. Tiene cuatro patas.
Su color me recuerda a las arenas de un desierto indefinido y venturoso. Con
escamas vastas para carne tan diminuta. Sin embargo, mayor que el cangrejo azul
y el pez ocre. De moda que arremete para convocarlo en simpatía. Lo observo
caminar hacia la cocina.
Puerta. Sorpresas de piñata con una
hada dentro. No tengo miedo. Pues se trata del tamaño de un índice, descarrilado
y reducido. Ruge con moda extraña. Una que jamás he escuchado, pero reconozco.
Un dinosaurio. De cuello y cola prolongadas para destacarse en hierbas. Ni
pánico ni paranoia. Habrá un Merlín viviendo en mi edificio. Un Mago verdadero erguido
en hechizos y cantos. Con una espada capaz de herir mortalmente mi sueño. Pero estoy
en vigilia. El dinosaurio elige quedarse cerca de los parlantes. Oktubre suena
con la alegría salvaje de tribus, sin contar.
Nuevo rugido. Que domina con fiereza. Memorias
de un tigre con sangre a libertad. Aquellos que youtube me han enseñado. Mientras
humanos sin hermandad juegan a lo oculto, guerreros con gritos para la
extinción y la cordura. Es similar a un tigre. Fortaleza de saberse colmillos largos,
gruesos. Pienso que, grande como una mano, podría saltar a mi cara. Vengarse de
una humanidad con rompecabezas repetidos, que no rompen cabezas sino que las
perfeccionan, dando más mente. Elegante, se acuesta debajo de la mesa.
Silencio. Ojos y nariz amplios, como
su boca. Desnudez de quien no ha comido de árbol alguno. Piel oscura, igual que
la mía. Una mujer de belleza incomprendida, pero comprendida en millones de
años. Una madre, un ancestro que me habita. Es hasta mi antebrazo. No existe
terror, el ser que me antecede o el ser que fue extinguido, despliega un ropaje
de bellos fuertes. Me mira como quien mira el espejo, dispuesto a saltar al
otro lado. Pasa. Se aleja del león que no es león. Y la veo caminar hacia el
balcón.
Extraño el timbre y los golpes en la
puerta. Merlín ha de haberse cansado, ha de estar durmiendo mientras sueña que
la Dama del Lago arroja otra bendición al Rey Arturo. Mientras la Reina Mab
sueña con Lancelot. Mi departamento es patria de seres que conocí en libros,
pero las verdaderas enseñanzas las otorga la vivencia. La vida que en este
momento hace de mí, un mundo, una evolución. Tal vez. Aún así, sin nuevas puertas
el tiempo es pesado como un volcán rebelde.
Son los golpes. Se han levantado los
cetros blancos, mágicos, como la luna bondadosa que se muestra a todos, a su
tiempo, a su distancia. No son las baldosas invadidas sino el techo. Un aleteo
con ritmo de progreso. Abro. Un pájaro marrón. Mi brazo conserva la misma
longitud que su cuerpo. Vuela. Planea. Mientras, el comedor con ojos anchos,
con piel abierta a lo desconocido, con hueso y médula arrogantes por el
milagro. Las alas se cierran y se abren con la velocidad de quien ha visto sus
dones, sin importarle. Vuela de la misma forma en que anhelo una reencarnación
fértil donde soy pájaro o mariposa. O ambos. Quién puede saber.
Convivo, al menos por lo que dicte lo Absoluto
que se desconoce pero se siente, con seres que sólo los libros de historia han
podido ofrecerme. La ofrenda es más fuerte. Igual que el día que nos encuentra
con ojos frenéticos en alegría, todos diferentes, latiendo sobre una Tierra
cambiante, a veces caprichosa, pero siempre Madre amadora. Los árboles se ven,
desde el ventanal, dadores de hojas que caen en danza final. Mientras, el
pájaro marrón planea cerca de mi biblioteca.