La palabra repetida

En vez de olvidate decía siempre olvidafter, quizá para evocar el After habitual, la terraza donde el sol y la alegría y la música eran el final de una noche de sentidos hondos, para recibir el talento de músicos, las imágenes detrás del protagonista, las luces revoltosas bañando cuerpos. Una fraternidad donde la cortesía y el compartir eran otra pieza del boliche. El mismo donde llevaba a sus pocas conquistas. La primera cita lluviosa de impresión por bailarín y popular, por momentos estratégicos: el desaparecido, pues la ausencia tal vez seduce; pensaba y decía a cada quien: olvidafter. Sin embargo, no le extrañó la palabra repetida.

Pero esta vez no habría terraza. La madrugada prometía la amistad entre el hombre y la mujer, la misma en la que nunca había creído, ni cree ahora. Mañana le tocará una mujer, conocida en un casino virtual, para seducirla y virtualizar sexualidad; su esposo así se lo había pedido, saber. Si Alice le era infiel. Y pagar con Bitcoins al joven, por la valentía.

Olvidafter, dice otra vez. La joven, sorprendida, sonríe. Olvidafter, vuelve a decir. No se trata de efectos secundarios de una medicación. No es el vodka ni la cocaína. 

El teléfono avanza con su melodía desquiciada, contesta la llamada. Olvidafter, olvidafter. Corta con los ojos de pez confundido, la boca cerrada, como un novato espectador de Pink Flamingo. Jhon Waters seguramente haría una película llamada Olvidafter. Pero sus personajes no son planos. Ni tienen esos detalles, tan usuales, como la remera que el joven viste con orgullo: buen intento. Nice try. 

Quiere aclarar que ama eternamente a su exnovia, y en vez de la oración sugerente, sólo se oyen cinco olvidafters. En ésta histeria, ésta Luna tan Llena que la realidad se percibe como un estanque, cualquier instinto vulgar emerge, incapaz de dominar por él, para luego, transmutar en belleza y eje. Las verdades tienen forma de cangrejo; y está saliendo del agua. Al menos para olvidafter. Como una Carta de Tarot invertida. 

El pene se enciende sin gemido, un olvidafter hiriente lo cubre todo. Recuerda a Alice, quien se hace llamar Lorilori. También recuerda a la joven. 

La notebook, amada aliada, para regresar a los casinos virtuales, para comprobar en los chats que no es un olvidafter; sino un líder exitoso, de triste fama y fines que han justificado medios que la Luna Nueva jamás aceptará. Hi to all, pero no teclea hola a todos ni buena suerte: olvidafter, olvidafter, olvidafter. Olvidafter. Ni Alice ni su esposo James pueden corresponder. 

Mamá duerme, sus dos amigos no lo sabe, aunque siempre se ha sentido solo, como una víctima de un destino amargo, que bajará con gusto blanco y rocas de una montaña maldita. Olvidafter y se lleva el índice a la boca. Un papel, una birome. Intenta hacer su firma refinada pero el azul del trazo es olvidafter. Tantas veces como lo intenta. 

Las manos cubriéndole la cara. Llora y lo único que se escucha es olvidafter en vez de alaridos. 

Él ha contado, es brillante con los números y los dados del monitor, más de trescientos olvidafter, quizá aún más. El terror paraliza como el miedo cuando no es límite que preserva, sino una sombra que detiene. 

Olvidafter, olvidafter, olvidafter, olvidafter, olvidafter. 

Quizá es mejor ir a dormir. Creerse un dios solitario que mañana romperá el hechizo. Y volverá con laurel y cetro. Entonces la revelación: olvidafter, piensa. Olvidafter, grita. Olvidafter seguirá pensando. La palabra repetida, el lenguaje de un olvidate convertido en un cangrejo, cuyas tenazas desgajan su voz, su letra y finalmente, su mente. 

Quizá se trate de no olvidar. No comprende y no se lo preguntará. Olvidafter.   



-los personajes y hechos son producto de la ficción, cualquier parecido: real vulgaridad-