Gris y frío. Salvo los tentáculos. La cadena de montaje es
angosta, pero suficiente para albergar las camillas, también grises también
frías. Las mujeres están anestesiadas y desnudas. Acostadas sobre el metal y un
pequeño almohadón rectangular, peludo y rosado que les sostiene la cabeza, la
cofia blanca. Todas se parecen bastante, sus cuerpos se parecen. Son cortas y
delgadas, de aspecto varonil. La piel dorada. Los labios gruesos y las
cejas perfectamente delineadas. Están elevadas porque sus
colas son abultadas y perfectamente redondas. A medida que avanzan en sus
camillas son tocadas, cortadas, succionadas en diferentes partes de su pecho y,
esto es lo que lleva más tiempo: sus caras. Abierta la piel, viscoso y rosado,
instrumentos semejantes a los del dentista, y arriba, bien arriba, los
tentáculos, no sé hasta dónde llegan, no puedo verlos en su nacimiento, en la
monstruosidad que los contiene, pero sí puedo oler su nauseabunda energía, el
verde oscuro, el negro, los círculos de una carne que desconozco pero que es
capaz de ser una ventosa que se pega sobre las caras, los pechos
que ahora son globos circulares, la garganta y el tercer ojo, dejando
un rastro negruzco. Pinzas que insertan bajo la piel pedazos de plástico suave,
agujas con un líquido amarillento incrustándose en las orejas. Sierras que
afinan huesos. Otra máquina cose con hilo canela. Otra máquina limpia la
sangre. Un vaporizador impregna los cuerpos de una fragancia dulce y pesada.
Luego, las mujeres son llevadas en sus camillas a una gran habitación. Amplia,
de paredes rosadas y marcos dorados. Monitoreadas por médicos y enfermeras, que
constantemente ponen toallitas húmedas sobre los pocos espacios naturales que
quedan en las caras, en los pechos, en las rodillas y las cinturas y algunos
mentones. Tiempo más tarde, esos mismos tentáculos que me han aterrorizado
reaparecen brevemente, llevan espejos de mano salidos de un cuento de
Blancanieves, y las mujeres, que han sido despojadas de sus vendajes, abren los
ojos y se miran. Cuando salen, cuando las observo, me doy cuenta que se han
transformado en una misma, única mujer.
experimento
Creo que este relato es para los que leyeron o vieron Rose Red y El diario de Ellen Rimbauer, de Stephen King. Es mi pequeño homenaje. Espero lo disfruten.
La última carta de
Ellen Rimbauer
Adán, hijo.
Me estoy transformando. Esa vida que conociste en mí se está
yendo, me convierto en otra cosa. Soy expansiva. Soy una rosa roja. Ya no
habito esta casa. Somos una.
Tú nunca pudiste ver. Tu hermana sí pudo. Ella jugaba a las
muñecas con Doc. Por eso la casa, mi querida Rose Red, la eligió. Desde que
desapareció pude encontrar su esencia en la Torre del Capricho. Aquella que usó
tu padre para despedirse de nosotros. La misma que siempre te dio miedo. Sólo
Sukeena y yo conocíamos su secreto.
Nunca supiste cómo empezó mi vida aquí, en Rose Red. Apenas
puse un pie escuchamos un disparo. Un obrero había matado al capataz. Así
empieza la historia de esta casa. Edificada sobre las ruinas, dicen, de un
antiguo cementerio indio. Otro hombre fue muerto por un cristal que cayó desde
un andamio. Y otro se atragantó con una manzana. Cuando fue terminada, volvimos
con tu padre de África. Nunca te hablé mucho de él. Me regaló Rose Red y la
promesa de una vida intensa, fascinante. Pronto entendí que lo único intenso
era su bestialidad. Que Abril haya nacido con esa malformación en el brazo es
resultado de unas de las tantas enfermedades que tu padre me contagió. Rose Red
sintió mi dolor desde siempre. Y fui recompensada.
La primera persona que desapareció en esta casa fue Fanny. Una
conocida, amante de tu padre; se desvaneció frente a mis ojos. Después
siguieron dos criadas. Más tarde, el suicidio de Doc. en el despacho. Luego el
de tu padre, desde la Torre. Entonces dejaste el internado y volviste junto a
nosotras. Ya Abril había desaparecido. Al menos la Abril que habíamos conocido.
Quedó otra, habitando en la Torre. Y con ella siempre me he encontrado, todos
estos años. Sukeena también. La extraño tanto, hijo, tanto. Hoy pasaron cinco
años de su muerte física en Rose Red. Extraño su piel. Aunque me sigue
aconsejando, Sukeena sigue siendo mi confidente. Y hay otras mujeres.
Una médium me había dicho que yo seguiría viva mientras Rose
Red fuese construida. Por eso nunca he parado. Pero en sus mañas, la casa
decidió reclamar sus víctimas. A ti siempre te ha respetado. Aunque no le
gustan los hombres. En cambio sé que las mujeres la llenan de energía. La
última en ser comida era una actriz, fue en 1935. La última vez que la vieron
fue en la Habitación de los Espejos. Ahí se terminaron las famosas fiestas en
Rose Red. Aunque, ya puedes saber, tres empleadas también desaparecieron tiempo
después.
Desde su nacimiento Rose Red ha sido investigada por la policía
cinco veces. Pero cualquiera no puede despertar a Rose Red. Es sensible a la sutil
vibración de un cuello femenino. No, Adán, a los hombres no los quiere, pero a
ti te respeta. Y lo hará mientras sigas construyendo. Ya nos hemos resignado a
la ausencia mortal. Pero la vida nunca cesa. Me uniré a mis hermanas. El jardín
está creciendo velozmente. Las rosas se están preparando para mí. No intentes
buscarme. Voy a estar como en todos los aniversarios de mi llegada a Rose Red, con
mi vestido marfil, mi pelo negro, ensortijado, los ojos grandes y negros. Con
Sukeena y con Abril, con tantas otras.
La construcción debe continuar siempre. Si se para, van a
sentirlo. La casa es vengativa y quiere crecer. Lo hará a su modo.
Ayúdanos a construir, hijo, ayúdanos a construirnos.
Fotograma de la película para tv "Rose Red", escrita por Stephen King y dirigida por Craig R. Baxley.
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