Casilla de mail

Mi casilla de correo electrónico. Su fondo. Configurado para que me alerte sobre el clima. Una suerte climática que arroja modos de político malnacido en el Cambio Climático. 

No sé cómo hace Gmail para lograr esos efectos. Parecen magia, sino supiera que por detrás del telón que observo, multitudes fantasmagóricas, inquietas y talentosas definiendo el orden in-manifestado. Aquel que me brindará un fondo soleado o de lluvia tímida o de sol escondido o de tormenta frugal o de tempestad que borrará nombres y etimologías. 

Pero algo ocurre. Hoy. Aquí y Ahora. Es un algo sin dicción. Sin claridad ni transparencia. Como esas aguas mansas que más tarde se descubrirán furiosas para despertar a los dormidos. Este algo me ha despertado con la destreza de las tenazas de un cangrejo. Y no puedo volver atrás.

Comprensión de lanza marcial. Para mi mundo anímico aprendiz, plagado de repeticiones. El orden manifiesto, el fondo de mi casilla ya no responde a meteorología y sospecha. 

Agudo. Filoso como un hueso destronado por el golpe preciso. Tan justo como la cordura que en mí se aleja hacia cementerios donde ni siquiera habitan los espíritus.  El fondo de mi casilla de mail no responde a lo mundano y colectivo; ahora se trata de mí. De mis propias emociones. 

Que refleja. 

Cuando la angustia. La ansiedad. El miedo. La venganza. La alegría. La empatía. El Amor. Mis climas cambian y con ellos, el fondo de mi casilla de correo. 

La más tenebrosa es aquella cuando todo se anochece pues puedo sentirlo, mi emoción es fatal como la roca de Sísifo. Mi identidad como una duna a punto de ser pulverizada por un viento firme. Es el fondo que más me aterra. 

Y esos fondos de sol resplandeciente, porque estoy celebrando a la flor, la hormiga, el yaguareté y a mí misma. Sol volviéndose más fulguroso al celebrar también a la humanidad. A veces -a lo Castaneda- siento las líneas de conexión entre casa ser de cada Reino. Siempre es a veces. 

Hoy toca lluvia introvertida, se ve como un escenario celeste claro con unos pequeños círculos blancos. No me inquieta. Apago la computadora. 

Me acuesto sobre la cama mientras Pink Floyd hace sus ardides, aquellos que te provocan piernas uranianas. 

Me siento en equilibrio. Pero al cerrar los ojos y concentrarme en mi organismo, en la boca del estómago siento una pulsación. Me concentro más. Dolor. Entonces abro mi visión, me levanto de la cama, me acerco al escritorio. Enciendo la notebock. Abro Gmail. El fondo de mi casilla de mail es la cara del hombre que aún espero.