Rosas para María


Es un prostituta, decía el enjambre de mujeres y hombres. Algunos gritaban. 
Él se acercó despacio. Se arrodilló a su lado. Lentamente desnudó el pelo del
velo violeta: era brillante y rojo como el fuego. Sus ojos negros. Nadie puede arrojar una piedra a una mujer tan peculiar, pensó. Sacó de su túnica, una rosa. Se levantó ágilmente. Cubriéndola con todo su cuerpo, gritó a la multitud: a esta dama sólo pueden arrojarle rosas, como ésta.
El grupo se quedó en silencio, ciertas damas murmuraban. Los hombres hervían en deseo silencioso.
Quedaron solos. Jesús y María Magdalena.
Pasarían cuarenta noches, antes de que conocieran sus cuerpos, en la soledad de una Luna fértil.




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http://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Magdalena