Despierto con alas


Se despierta por los gritos de ella. Se frota la cara. Se mira las manos. Se cerciora de que no es la marihuana. Es el cuerpo de una mujer desconocida en el piso, a unos metros. Una mujer cubierta de sangre seca. Desnuda. Una mujer sin ojos, con las cuencas de carne, el pelo corto como un militar. Pero una mujer con alas. Alas negras.
Tiembla. No se acerca demasiado. Caminando hacia atrás, sale de la habitación, cierra con llave. Busca el teléfono. Quedó en el cuarto.
La oye gritar. Sale de la casa. Las piernas flojas, la transpiración corriéndole los cachetes, la boca seca, piensa, piensa. Espera unos minutos. Luego, regresa.
Golpea la puerta de la habitación. ¿Hola? Nada se escucha. ¿Hola?, vuelve a decir.
Abre la puerta. La mujer ahora está en la cama. Observa su panza, que sube y baja tímidamente. Es un cuerpo hermoso, más allá de los arañazos, los moretones. Es un cuerpo joven. Y ahora observa su cara. Se da cuenta que también debe haber sido hermosa. Los labios perfectamente dibujados, la nariz pequeña, los ojos verdes porque así los imagina, los pómulos apenas sobresalidos, las pestañas negras y largas. Debe haber sido hermosa esa mujer.

            Se sienta en la cama. Cerca de sus piernas. Ella comienza a moverse, se despierta, cree. Habla en 

un idioma que él desconoce, pero es una voz suave. Él dice que todo va a estar bien. Llamará a un médico 

de confianza. Nadie más va a lastimarla. Va a estar bien. Cada vez está más cansado. Pero más atento a sus 

palabras exóticas, lejanas. Se acuesta, lentamente. Cierra los ojos. Siente una aguda presión en el cuello. 

Abre los ojos, se da cuenta que es ella, son sus dientes afilados, son sus alas moviéndose como un insecto.







* Publicado en la Revista Digital Minatura: http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/minatura/



Fotografía de Julia Cameron Margaret