Vivo entre estatuas. Cada día recorro los rasgos, algunos son muy bellos, otros, rígidos. La inmovilidad de sus cuerpos yendo a la batalla. Quisiera escuchar sus aullidos mientras la mirada se les convertía en dureza, los brazos, el pecho, las piernas. La totalidad de su piel. Su desesperación. Con sus armas incapaces de embriagarse de mis ojos, sin sufrir.
Esta oscuridad, la soledad de ser un monstruo, ninguna mujer se atreve a mi profundidad, jamás un ser humano se adentró en mi pasado. Susurran mis serpientes. En la imaginación vuelvo a ser quien era. Pero ahora y quizá, por cientos de años, soy la monstruosidad y la muerte. Tal vez será una bendición ser mi propia creación, completamente roca. O mi cabeza redimida, por fin, del odio, la fealdad, la competencia. Aunque sé: voy a intentar vivir, soy un animal y una mujer, a pesar de todo.
Alguien entra. Mi intuición y mis sentidos enloquecen. Me doy cuenta: está ayudado por los dioses. Voy a resistir. Pero también me dejaré caer. Aun cuando jamás alguien lo sepa. Salvo mis serpientes y mis colmillos. Imitaré la lucha y él será vencedor. No elegí este destino, pero sí puedo elegir mi propia muerte. Y quizá yo, Medusa, sea la verdadera heroína, cuando mi cabeza ruede en libertad y silencio.